Los minutos se desvanecieron en una bruma mientras Dorian lo conducía a través del bosque, hasta que la oscuridad de los árboles se abrió y reveló una estructura imponente que Louise no había visto antes: un castillo que se alzaba como un coloso de piedra negra, con torres que perforaban el cielo nocturno. Las ventanas del castillo eran como ojos vacíos que miraban al mundo con indiferencia, mientras una bruma azulada envolvía la base, retorciéndose entre las raíces y el suelo.
Dorian lo llevó hacia la entrada principal, un portón de hierro que se abrió con un crujido como de huesos rotos. Louise sintió cómo su cuerpo se tensaba, su piel erizándose al cruzar el umbral. Las puertas se cerraron detrás de él, atrapándolo en un mundo que no le pertenecía.
—Bienvenido a tu nuevo hogar —dijo Dorian, y su voz resonó en los pasillos vacíos, como el eco de un lamento.
La mente de Louise se llenó de la imagen de su hermana, de sus ojos asustados mientras era arrastrada por los traficantes. Si había una mínima esperanza de encontrarla, tendría que soportar la presencia de Dorian, aunque le repugnara la idea. Su corazón se endureció, y por un instante, se permitió mirar al vampiro directamente a los ojos, desafiando la autoridad que emanaba de él.
—Me prometiste que encontrarías a mi hermana —dijo, con una firmeza que apenas logró sostener. Era un intento desesperado de aferrarse a la única promesa que podía salvarlo del abismo en el que estaba cayendo.
Dorian levantó una ceja, una sonrisa ladeada curvando sus labios. Se inclinó hacia él, acercando su rostro de mármol hasta que sus narices casi se rozaron. Louise sintió el frío de su aliento, y el poder de su presencia lo abrumó, como si fuera imposible escapar del influjo de esos ojos de rubí.
—Y lo haré —respondió Dorian, susurrando cada palabra como un secreto—. Pero primero, serás mío. Cada fibra de tu ser, cada pensamiento y cada aliento, me pertenecerán. Y cuando te rompa, cuando no quede nada de tu resistencia, solo entonces te daré lo que deseas.
Louise apretó los dientes, su estómago revolviéndose ante la promesa implícita de destrucción en las palabras de Dorian. Pero lo que más lo asustó no fue la amenaza, sino el tono en la voz de Dorian, como si hubiera un placer oscuro en el simple hecho de poseerlo.
Dorian lo soltó de repente, dejando que su cuerpo se desplomara en el suelo de mármol frío. Louise sintió el impacto en cada hueso, pero se mordió la lengua para no emitir un sonido de dolor. Levantó la vista hacia el vampiro, sus ojos ardiendo con una mezcla de odio y desesperación.
—Nunca seré tuyo —susurró, casi como una oración para sí mismo.
Dorian lo miró con una expresión que parecía mezcla de diversión y algo más que no alcanzó a identificar, una chispa oscura que cruzó sus ojos antes de que la máscara de frialdad volviera a cubrir su rostro. Se inclinó, extendiendo una mano para tocar el rostro de Louise con una suavidad que contrastaba con la crueldad de sus palabras.
—Ya veremos, omega —murmuró, su tono más suave pero lleno de una promesa de control absoluto—. Ya veremos.
Y mientras la puerta del dormitorio se cerraba tras de él, dejando a Louise, una sola certeza lo invadió: había entrado en una pesadilla de la cual no sabía si alguna vez despertaría.