El consejo de nobles del Imperio Vespera, que solía ser un símbolo de unidad y fuerza, ahora estaba lleno de tensiones y desconfianza. Sus reuniones, que antes eran organizadas y serias, se convirtieron en lugares de enfrentamientos sutiles. Cada gesto, cada palabra, estaba cargada de significados ocultos, y los nobles se miraban unos a otros con recelo. La estabilidad que una vez había caracterizado al consejo se desmoronaba, y el descontento crecía cada vez más.
Dorian, desde su trono, observaba a todos los presentes, buscando signos de traición. En otro tiempo, su mirada fría habría sido suficiente para silenciar a cualquiera que se atreviera a cuestionarlo, pero ahora, los nobles ya no se intimidaban de la misma forma. Entre ellos, el duque Magnus Sanguis, líder de la familia Sanguis, se destacaba como el más vocal en su crítica. Magnus era un vampiro experimentado, con siglos de conocimiento sobre las intrigas políticas, y sabía cómo ganarse la confianza de aquellos que deseaban un cambio en el liderazgo.
En cada reunión del consejo, Magnus encontraba la manera de poner en duda las decisiones de Dorian, especialmente cuando se trataba de Louise. Hacía comentarios que, aunque parecían respetuosos, tenían un tono de burla y desdén. Sus palabras buscaban convencer a los demás de que Dorian estaba perdiendo el rumbo.
—Nuestro rey ha demostrado ser un guerrero fuerte, pero su obsesión por un simple humano lo distrae de los verdaderos peligros que enfrentamos —decía Magnus, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Las tierras del este se agitan, las amenazas se multiplican, y nosotros no podemos permitirnos que el rey desvíe su atención de lo que realmente importa.
Dorian, desde su trono, mantenía la calma exterior, aunque por dentro, sentía cómo su paciencia se desmoronaba poco a poco. Miró fijamente a Magnus, su voz tan fría como el mármol que adornaba la sala del consejo.
—Tú no eres el único que ve los peligros, Magnus —respondió Dorian, controlando el tono para que pareciera sereno—. Mis ejércitos están listos para cualquier amenaza, y yo sigo siendo el rey. No necesito que me recuerden cuál es mi deber.
El intercambio de palabras dejó un silencio tenso en la sala. Aunque muchos de los nobles más jóvenes y ambiciosos admiraban a Magnus, sabían que Dorian aún tenía el poder de destruir a cualquiera que se atreviera a desafiarlo abiertamente. Sin embargo, tras esa reunión, los murmullos en los pasillos se hicieron más intensos. Las miradas de complicidad entre los aliados de Magnus ya no se ocultaban, y el ambiente se sentía como una olla a punto de estallar.
Mientras tanto, Louise era un testigo silencioso de los cambios que ocurrían a su alrededor. Aunque no se le permitía asistir a las reuniones del consejo, Dorian le contaba sobre lo que sucedía, usando esas conversaciones para mostrarle lo complicado que era mantener el control del imperio. Cada noche, después de largas horas de lidiar con sus enemigos políticos, el rey se sentaba junto a Louise, compartiendo con él detalles que apenas le confiaba a sus propios consejeros.
—Magnus está jugando un juego peligroso —le dijo Dorian una noche, mientras ambos miraban por la ventana la luna sobre el horizonte del imperio—. Pero no sabe que soy yo quien controla cada movimiento. Aún cree que puede ponerme contra las cuerdas.
Louise escuchaba, tratando de descifrar las intenciones de Dorian. Aunque sabía que el vampiro lo usaba como una herramienta, sentía que había algo más en la manera en que le hablaba, como si buscara un aliado en él. Era difícil entender si Dorian confiaba en él de verdad o si solo era parte de su manipulación, pero en esos momentos, el rey parecía más humano, vulnerable ante los conflictos que se avecinaban.
—¿Por qué me cuentas todo esto? —preguntó Louise, tratando de encontrar algún rastro de sinceridad en el rostro de Dorian—. Sabes que no puedo ayudarte.
Dorian lo miró con una intensidad que hizo que Louise se estremeciera. Sus ojos, que usualmente eran fríos y calculadores, tenían un brillo diferente a lo usual.
—Porque quiero que sepas en qué mundo vives ahora, Louise —respondió Dorian con voz grave—. Si estás a mi lado, tendrás que entender que este imperio se rige por el poder y la lealtad. Y la lealtad aquí... puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
Las palabras de Dorian parecían una advertencia, pero también una oferta. Louise sintió una mezcla de miedo y fascinación. Sabía que estaba enredándose cada vez más en las intrigas del vampiro, pero también entendía que, si quería sobrevivir en ese mundo, tendría que aprender a jugar el juego.
En medio de todo esto, los planes de Magnus continuaban avanzando. Se reunía en secreto con otros nobles, buscando aliados que compartieran su deseo de ver a Dorian fuera del trono. A cada reunión, su grupo crecía, y con él, las posibilidades de una rebelión abierta. A medida que su influencia aumentaba, Magnus se volvía más audaz, sus palabras se llenaban de promesas de un futuro mejor para el imperio, un futuro donde Dorian ya no tuviera el control.
—Nuestro rey ha olvidado lo que significa gobernar con firmeza —decía a sus seguidores, su voz cargada de convicción—. Pero nosotros... nosotros le mostraremos que el poder no es eterno.
Sin embargo, Dorian no era ajeno a estos movimientos. Sus espías le informaban de cada reunión, de cada promesa de lealtad que Magnus obtenía. Y aunque su control sobre el consejo se tambaleaba, no estaba dispuesto a perderlo todo. Sabía que el próximo enfrentamiento no sería en las cámaras del consejo, sino en los pasillos y en los campos de batalla. Él estaba decidido a usar todos los recursos a su disposición, incluso a Louise, si era necesario.
Y para Louise, cada día en el castillo era una lección de lo que significaba el poder, la traición y la supervivencia. Aunque seguía sintiéndose atrapado, había comenzado a comprender que el mundo en el que vivía era más extraño de lo que había creído.