Los días y las noches se fundían en un ciclo interminable de soledad y desesperación. Louise perdía la noción del tiempo, atrapado en aquel encierro que se volvía una tortura constante. Pero en medio de esa desesperación, la promesa de su hermana era lo único que lo mantenía en pie, aunque la esperanza se debilitaba con cada amanecer sin respuestas.
Aunque Dorian no le había impuesto cadenas, la realidad era que no las necesitaba. El poder que emanaba de su presencia era suficiente para mantener a Louise atrapado, sabiendo que cada intento de escapar sería un juego peligroso, una danza con la muerte.
La rutina era siempre la misma: el crepitar de la leña en la chimenea, el murmullo lejano de los sirvientes moviéndose por los pasillos, y luego, la llegada de Dorian. Louise solía sentir un escalofrío cuando escuchaba el sonido de sus pasos acercándose, una cadencia que, de algún modo, se había vuelto familiar. No sabía si era el miedo o algo más lo que hacía que su corazón se acelerara cada vez que el rey vampiro aparecía en la puerta.
—He traído algo para ti —dijo Dorian sosteniendo un libro antiguo en las manos. Lo dejó sobre una mesita cercana a la cama de Louise, su gesto cuidadoso contrastando con la amenaza latente en su voz—. Pensé que esto te entretendría. Es un relato humano, uno de los pocos que sobrevivieron a la purga de las bibliotecas.
Louise no respondió de inmediato, pero su mirada se posó en el lomo desgastado del libro. La tentación de sumergirse en sus páginas, de escapar aunque fuera por un instante, luchaba contra su orgullo. No quería aceptar nada de Dorian, no quería darle el placer de pensar que sus gestos amables, por mínimos que fueran, podían debilitarlo.
—No necesito tus obsequios —replicó finalmente, desviando la vista hacia la ventana —. Lo único que quiero es saber dónde está mi hermana.
Dorian suspiró, y por un momento, algo en sus ojos rojos pareció suavizarse. Pero fue un destello fugaz, reemplazado de inmediato por una expresión enigmática. Se inclinó ligeramente, hasta quedar a la altura de Louise, sus rostros apenas separados por unos centímetros. Louise contuvo la respiración, sintiendo la cercanía como un peso sobre su pecho.
—Tu hermana está más cerca de lo que imaginas —susurró el vampiro, y su aliento frío rozó la piel de Louise, haciéndolo estremecerse—. Pero la paciencia es una virtud, Louise. Si confías en mí, si aceptas que estoy aquí para cuidarte, tal vez puedas verla más pronto de lo que esperas.
La mente de Louise se debatía entre la esperanza y la incredulidad. ¿Podría ser cierto? ¿Podría Dorian realmente tener noticias de su hermana, o era solo otra de sus artimañas para quebrar su resistencia? Louise lo miró fijamente, buscando en su expresión cualquier rastro de sinceridad, pero el rostro de Dorian era una máscara impenetrable.
—¿Por qué harías algo así? —preguntó, con la voz quebrada, incapaz de ocultar la mezcla de angustia y deseo que lo atravesaba—.
Dorian se apartó lentamente, pero su mirada nunca dejó la de Louise. Se tomó un momento antes de responder, como si él mismo estuviera buscando la respuesta adecuada.
—Porque tú eres más valioso de lo que crees. Y aunque todavía no lo comprendas, tu destino y el mío están entrelazados.
Louise sintió que la confusión lo abrumaba. Las palabras de Dorian eran como enigmas que se enroscaban en su mente, alimentando la duda. Pero a pesar de su desesperación, una chispa de esperanza prendió en su interior. Tal vez, solo tal vez, podría hallar una forma de llegar a su hermana, de aprovechar esa aparente amabilidad para encontrar un camino hacia la libertad.
Dorian, al observar cómo esa esperanza empezaba a germinar en los ojos de Louise, sonrió para sí mismo. Sabía que el tiempo jugaba a su favor, que la soledad y el encierro doblegaban incluso a las voluntades más férreas. Pero lo que no terminaba de entender era por qué sentía una inquietud cada vez que miraba a ese joven humano, esa sensación de que la distancia calculada que mantenía no era suficiente.
Esa noche, cuando Dorian se retiró del cuarto, Louise se quedó despierto, mirando el libro que había quedado sobre la mesa. Finalmente, y a pesar de la resistencia que había sentido, extendió la mano y lo tomó. Sus dedos recorrieron la tapa de cuero, sintiendo la textura gastada bajo su piel. Lo abrió, dejando que el olor a papel viejo llenara el aire, y comenzó a leer bajo la luz pálida de la luna.
Mientras pasaba las páginas, encontró en la historia una forma de olvidar, aunque fuera por un breve momento, la prisión en la que se encontraba. Pero, en el fondo de su mente, las palabras de Dorian seguían resonando. ¿Sería posible que, bajo su crueldad y manipulación, hubiera algo más? ¿Algo que, aunque él no quisiera admitir, lo hacía sentir más humano de lo que parecía?