El fuego de la chimenea proyectaba sombras danzantes en las paredes, mientras Alfonso observaba a las tres mujeres con una calma casi depredadora. Su mirada, mezcla de curiosidad y diversión maliciosa, recorría cada detalle como si ya hubiera anticipado cada palabra que iban a decir.
Inmaculada había terminado de relatar toda la situación, su voz firme a pesar de la presión evidente en sus ojos. Alfonso, recostado en el sillón como si el peso del momento le resultara irrelevante, dejó que un silencio deliberado llenara el espacio antes de responder.
—La solución es tan sencilla que casi me ofende. —Alfonso dejó escapar un suspiro teatral mientras sus ojos se posaban en Amelia, como si ya fuera suya. —Podéis dejarla en mis manos. Me encargaré de... reformarla.
El silencio que siguió fue opresivo. Amelia sintió cómo la sangre se le helaba en las venas, mientras María dio un paso adelante, como si pudiera protegerla con su mera presencia.
—¡No! —El grito de María rompió el silencio con una fuerza casi desgarradora. —¡Ella es mía! —Su mirada, cargada de rabia y un dolor apenas contenido, se clavó en Alfonso. —No entiendes nada... nada de lo que ella significa para mí.
—Oh, lo he entendido perfectamente. —La sonrisa de Alfonso era afilada, casi burlona. —Quieres que Amelia sea tuya, completamente sometida, pero no estás dispuesta a pagar el precio que eso exige.
—No. —La voz de María perdió algo de su fuerza, dejando traslucir una vulnerabilidad que intentaba ocultar. —No quiero que sufra más de lo necesario. Lo único que deseo es que me ame... tanto como yo la amo a ella.
Alfonso se recostó en el sofá haciendo aparecer una pipa en su mano. Tomó una calada y sonrió.
—María, estás peleando contra lo inevitable. —Alfonso dejó que sus palabras cayeran como una sentencia, su tono gélido y cargado de desdén. —La magia de la babosa no puede ser deshecha ni destruida. Es un hecho inmutable, tan básico como respirar. Lo único que puedes hacer es adaptarte... o perecer luchando contra algo que no puedes cambiar. Amelia podrá ser tu amiga, incluso compartir tu lecho, pero nunca amarte como tú la amas. Su esencia está anclada a un propósito biológico: reproducirse. Y contra eso... ni siquiera el amor tiene cabida. Al final, te traicionará, porque su naturaleza se lo exigirá.
María sintió cómo el peso de las palabras de Alfonso se abatía sobre ella como una losa. Su mente se tambaleaba entre dos caminos, ambos igual de devastadores: dejarla ir o renunciar a sí misma para siempre. No había elección que no doliera.
—Mis servicios son limitados, pero efectivos. —La voz de Alfonso resonó con una calma gélida. —Primero, puedo garantizar que, una vez convertido en hombre, Amelia y tú sentiréis una atracción física inevitable. Sin embargo, el amor, querida María, será solo cuestión vuestra. Segundo, puedo reescribir las memorias de todos, haciendo que la historia sea la que tú desees: que siempre hayas sido un hombre y Amelia, una mujer. Y tercero, puedo asegurarme de que no sientas rechazo hacia tu nueva identidad masculina, una carga que, de otro modo, podría destruirte.
—¿Cuál será el precio? —La voz de Inmaculada apenas fue un susurro, quebrada por una tensión que luchaba por disimular. Sus manos, entrelazadas en su regazo, temblaban levemente mientras levantaba la mirada hacia Alfonso, quien la observaba con una expresión de triunfo apenas disimulada.
Alfonso dejó que una sonrisa lenta y calculada se dibujara en su rostro. Había esperado este momento durante años, y ahora tenía a Inmaculada exactamente donde la quería. Ningún otro hechicero del círculo exterior podía ofrecer lo que él ofrecía, especialmente la tercera ayuda, un poder que había visto fallar incluso a los más hábiles. Y lo sabía. Cada palabra que pronunciaba era una cadena más alrededor de las tres mujeres.
—Hablemos del precio. —Alfonso cruzó las piernas con la serenidad de un juez que ya conoce el veredicto. —Primero, María será transformada con mi sangre. Mi poder necesita esa conexión. Segundo, te plegarás a mis deseos dentro de la logia. Y tercero... —Su mirada se clavó en Inmaculada, intensa y cargada de intención. —Siempre te he deseado, Inmaculada. Te convertirás en mi esposa y cumplirás con cada uno de tus deberes como tal.
María y Amelia vieron la cara descompuesta de Inmaculada. La diablilla acariciaba el pelo de ella como intentando darle ánimos. La sonrisa de Alfonso, la de alguien que había hecho arrodillarse a alguien más poderoso.
—Podemos renegociar la tercera cláusula. —La voz de Inmaculada tembló ligeramente, pero sus ojos permanecieron fijos en Alfonso, desafiándolo a pesar de la tormenta interna que sentía. —Me casaré contigo, engendraré un hijo si eso es lo que exiges, pero tú deberás ganarte mi amor. Al menos mi respeto y admiración, y lo harás por medios honestos, no por imposición.
Alfonso pensó mucho las palabras de Inmaculada; la tenía entre la espada y la pared, pero parecía dispuesta a elegir la muerte antes que la rendición incondicional.
—Lo veo justo, pero deberás aceptar todas mis propuestas de citas. Dos demonios son testigos de nuestro pacto. Si uno incumple, que su alma sea consumida por ellos.
No eran dos demonios cualesquiera; eran los familiares de ambos, por lo cual siempre observarían si el pacto se cumplía.
—Alto, mi hermana está pagando un precio muy alto para no colmar nuestras exigencias.
—Ya te lo he explicado, no puedes hacer fiel a Amelia si no te conviertes en hombre.
—Eso lo entiendo, pero puesto que no puedes cumplir con eso... Me aceptarás como discípulo.
—No puedo impedir que Inmaculada siga enseñándote magia. Incluso puedo facilitarte un grimorio sencillo, pero no entrarás en la logia. Como compensación, sí aceptaré, si tiene dotes mágicas, a vuestro primogénito como mi discípulo.
Amelia había seguido la conversación en medio del terror al cual le tenía sometida el demonio de Alfonso. Aun así, su corazón le impedía dejar las cosas así.
—No —la voz de Amelia rompió el silencio con una firmeza inesperada. —No puedes aceptar esto, Inmaculada. Y tú, María... no puedes destruirte a ti misma ni arrastrar a tu hermana por este camino. ¿De verdad estás dispuesta a sacrificarte así? ¿A condenarla por algo que ni siquiera entiendes por completo? Yo sé lo que significa perder el control de tu cuerpo... y no quiero que tú lo descubras de esta manera.
Las palabras resonaron en la mente de María. Ella sabía que Alfonso no era tan mala persona; todo era una fachada, pero al igual que ella estaba terriblemente enamorada de Roberto, él lo estaba de su hermana. Alfonso fue quien le hizo ver a Roberto como era: un sucio machista controlador, pero a pesar de eso no pudo hacerle olvidar, pues siempre se negó a usar la magia sobre ella.
En el fondo, María sabía que su estrategia nunca había sido solo sobre Amelia o ella misma. Cada palabra, cada movimiento cuidadosamente planeado, tenía un propósito oculto: darle a Alfonso una oportunidad con Inmaculada. Lo había planeado todo, incluso sabiendo que jugaba con fuego, porque creía que su hermana podía amarle... si tan solo se lo permitiera.
—Mi hermana no te dio opción a ti. ¿Por qué la defiendes? ¿Acaso la amas?
Las palabras de María desprendían cierto temor a perder a Amelia. No podía no estar de acuerdo con ella y defender a su hermana. Estaban tan cerca de conseguir Alfonso y ella lo que querían y esta estúpida se interponía. En cuanto la tuviera a solas, pensaba castigarla por ello. María deseaba hablar a solas con Alfonso para planificar una estrategia; todo esto había sido improvisado. Si se seguía estirando la cuerda, se rompería.
—No, es más; en cierto modo la odio, pero ella en solo dos días me ha hecho ver que soy merecedora del castigo. —Amelia desvió la mirada de María a Alfonso. —Tampoco tú deberías querer un matrimonio forzado. Fui hombre hasta hace poco y sé cuando otro hombre miente acerca de sus sentimientos. Solo estás frustrado porque Inmaculada no te da cancha, pero... ¿Obligarla? Esa relación nacería podrida desde el principio. Esos matrimonios por contrato solo funcionan en las novelas.
Inmaculada miraba con una sonrisa a Amelia. Parecía no tener tan mal corazón, pero le molestaba que no antepusiera a María. Era mucho más importante la pérdida de María; una vez convertida, no sería la misma persona, como Amelia no era Roberto.
—Pongamos los cuatro las cartas sobre la mesa. Si te negara las dos primeras partes del pago, pero aceptara tu propuesta de matrimonio, aceptarías. María, no sé el porqué, pero estás interesada en hacerme pactar contigo.
Alfonso apretó los dientes; ¿era tan fácil ver a través de él? Por su parte, María estaba a punto de derrumbarse. Esto no estaba yendo hacia donde ella quería.
—Yo... yo solo quería... —La voz de María se quebró, y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras intentaba encontrar las palabras. —¡No puedo verte sola para siempre, Inmaculada! Él te ama... siempre te ha amado... ¿No puedes verlo? Quería darte algo que nunca tuve... una oportunidad real de ser feliz.
—Tu hermana y yo somos amigos. Yo le descubrí durante una conversación en una fiesta de la logia cómo Roberto la estaba maltratando. Esto no estaba planeado, te lo aseguro. María sabe que me gustas, pero no pactamos nada contra ti. Aunque sabía lo de Roberto, no había previsto la reacción de María.
—Bien, te daré una oportunidad si sacas de la cabeza a mi hermana lo de convertirse en hombre.
—No es justo, sabes mejor que yo cómo funcionan esas babosas. Tú eres la experta en ellas. María tiene una obsesión, lo siento mucho, —desvío un momento la mirada hacia María con una sonrisa— enfermiza con Roberto y tú lo has convertido en mujer. ¿Se te ocurre otra manera de solucionarlo?
Al final daba igual cómo lo miraran; siempre llegaban al mismo callejón sin salida. María no quería ser hombre para castigar a Amelia, solo quería una forma de estar con ella. En realidad, en su mente con Roberto.
El ambiente en el pequeño salón privado estaba cargado de tensión, como si cada palabra dejada en el aire añadiera peso al espacio. Alfonso e Inmaculada intercambiaban miradas afiladas, como dos espadas chocando en un duelo silencioso. El fuego de la chimenea proyectaba sombras titilantes, acentuando los rostros de las tres mujeres que intentaban mantener la compostura.
Inmaculada fue la primera en romper el silencio.
—¿Esto es lo mejor que puedes ofrecer, Alfonso? ¿El gran archivista eterno, el guardián de todos los saberes mágicos, no puede encontrar una solución que no implique destruir la identidad de mi hermana? —Su tono era duro, cargado de reproche, pero había un matiz de súplica en sus palabras.
Alfonso arqueó una ceja, su expresión inmutable salvo por una ligera sonrisa que apenas escondía su irritación.
—¿Y quién, si no tú, tiene la culpa de esto, Inmaculada? —espetó con voz fría, recostándose en el sillón con estudiada indiferencia. —Transformaste a Roberto en Amelia sin pensar en las consecuencias, sin considerar qué podría significar para los que estaban a su alrededor. Yo solo estoy tratando de remediar el desastre que tú misma creaste.
María sentía que el peso del mundo se asentaba sobre sus hombros. Cada palabra de Alfonso resonaba en su mente como un eco interminable, mientras la culpa y el amor se entrelazaban en una maraña imposible de desenredar. No podía evitar mirar a Amelia, tan vulnerable pero tan firme en su postura, y pensar en todo lo que había perdido por su causa. Pero también sabía que no podía seguir viviendo con esta lucha interna. Tenía que tomar una decisión, no por desesperación, sino porque era lo correcto. "Si alguna vez voy a tener una oportunidad de construir algo real con ella", pensó, "tengo que hacerlo desde un lugar de verdad, no desde un espejismo creado por la magia".
Amelia apartó la mirada, luchando por contener las emociones que bullían en su interior, mientras Inmaculada apretaba los puños. Antes de que pudiera responder Inmaculada a Alfonso, una voz desgarró el aire.
—¡Basta! —María se puso en pie, sus ojos brillando con una mezcla de resolución y dolor. Su voz, clara y firme, logró acallar la disputa en un instante. —¡Ya basta los dos! No se trata de culpar a nadie más. Yo he tomado una decisión.
Todos los presentes se volvieron hacia ella. Incluso la diablilla, que había estado susurrando algo en el oído de Inmaculada, se quedó en silencio. María respiró hondo y continuó, su voz temblando ligeramente pero llena de convicción.
—Voy a dar este paso; no será para cumplir un capricho ni por obsesión. Lo haré porque quiero darle a Amelia y a mí una oportunidad real, no basada en la magia ni en el pasado, sino en lo que podemos construir juntas.
Amelia abrió los ojos con sorpresa, mientras Inmaculada y Alfonso intercambiaron una mirada que oscilaba entre incredulidad y preocupación. Alfonso fue el primero en hablar, dejando la pipa a un lado.
—María... —Su tono era más suave, casi persuasivo. —Debes entender que este no es un camino fácil. Una vez que aceptes, no hay vuelta atrás, al menos no sin un costo aún mayor. ¿Estás segura de que quieres hacer esto?
Amelia también trató de intervenir, su voz quebrada por la emoción.
—No puedes hacerlo, María. No quiero que renuncies a quien eres por mi culpa.
Pero María negó con la cabeza, su postura inquebrantable. Era su decisión, y no habría marcha atrás. Inmaculada, aún con un rastro de duda en su mirada, se inclinó ligeramente hacia adelante, escuchando el susurro casi inaudible de su diablilla. Las palabras parecieron iluminar un rincón oculto de su mente, y de repente, su expresión cambió. Levantó la vista hacia Alfonso, con una chispa de determinación renovada.
—Está bien —dijo Inmaculada, su tono suave pero cargado de determinación. —María hará el cambio, pero tengo una pregunta, Alfonso. Si en unos años Roberto y María decidieran volver a sus formas originales, ¿sería posible reconstruir la ilusión para volver a su origen?
Alfonso levantó una ceja, visiblemente intrigado. Su habitual aire de superioridad se suavizó un instante mientras procesaba la pregunta.
—Es posible, sí —admitió finalmente, su tono cargado de cautela. —Pero no entiendo a dónde quieres llegar. ¿Tienes alguna carta escondida, Inmaculada? ¿Acaso hay algo más que no estás diciendo?
Inmaculada mantuvo su mirada fija, impenetrable como una pared de acero.
—Es solo una posibilidad remota —respondió. —Pero si ambos logran construir una vida juntos, si realmente se enamoran y llegan a tener un hijo, podría haber una forma de hacerlo. La magia de las babosas no es absoluta; responde a la voluntad y el vínculo compartido. No puedo garantizarlo, pero si hay amor verdadero, podría haber un camino.
El salón cayó en un silencio tenso. Alfonso observó a Inmaculada con una mezcla de escepticismo y respeto, mientras María miraba a su hermana con ojos llenos de preguntas. Amelia, por su parte, sentía un destello de esperanza, tenue pero reconfortante.
Finalmente, Alfonso se levantó, alisándose la chaqueta con movimientos deliberados.
—Muy bien. Si esto es lo que decidís, que así sea. Pero recordad, cada elección tiene un precio, y este pacto no será fácil de cumplir.
María asintió lentamente, consciente de que no había garantías, pero segura de que estaba dispuesta a luchar por lo que sentía. El camino sería difícil, pero ahora había una luz, tenue pero suficiente, al final del túnel.