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Chapter 10 - ElJuicio del Equilibrio

Capítulo 17: El Juicio del Equilibrio

El cielo, aún teñido por los rastros del caos, comenzaba a repararse lentamente. Las nubes oscuras retrocedían, y la luz celestial que había sido oscurecida por la batalla regresaba, aunque con una suavidad y una serenidad que antes no estaba allí. A pesar de la calma momentánea, Lorian sabía que el equilibrio todavía era frágil.

Lucifer, arrodillado frente a él, parecía una sombra de lo que alguna vez fue. Su arrogancia y su poder habían sido quebrantados, pero sus ojos seguían brillando con el fuego de su insaciable ambición. Aun en su derrota, no había rendición en su alma.

—No puedes cambiar lo que soy —murmuró Lucifer con la voz debilitada—. El caos es mi naturaleza, y tarde o temprano, el equilibrio que buscas volverá a desmoronarse.

Lorian lo miró con una mezcla de compasión y firmeza. Sabía que Lucifer tenía razón en una cosa: el caos y el orden siempre estarían en conflicto. Pero eso no significaba que la armonía fuera imposible.

—No estoy aquí para cambiar lo que eres —respondió Lorian—, pero sí para demostrar que no puedes gobernar solo por la fuerza. El equilibrio se mantendrá, no porque yo lo imponga, sino porque aquellos que han sufrido bajo tu caos ahora comprenden su verdadero valor.

Lucifer trató de levantarse, pero su cuerpo estaba debilitado, su orgullo destrozado. Aún así, sus palabras no eran menos venenosas.

—Te has convertido en lo que más temías, Lorian. Un ser atrapado entre la luz y la oscuridad, pero nunca verdaderamente aceptado por ninguno de los dos.

Lorian sintió el peso de esas palabras, pero las dejó pasar como el viento que movía las hojas de los árboles. Su destino siempre había sido caminar entre ambos mundos, y ahora lo aceptaba plenamente.

—Quizás, Lucifer. Pero he encontrado paz en esa dualidad —dijo Lorian—. Y tú no puedes arrebatármela.

Antes de que pudiera continuar, Miguel, Cassiel y Sariel aterrizaron a su lado, sus rostros marcados por el agotamiento, pero también por la determinación. Miguel, con su armadura dorada aún intacta a pesar de la feroz batalla, se inclinó hacia Lorian.

—El cielo está seguro por ahora, gracias a ti —dijo Miguel—. Pero Lucifer no puede quedarse aquí. El juicio debe hacerse.

Sariel, que había luchado junto a los ángeles tras redimirse, también se acercó, aunque su rostro estaba cargado de culpa y arrepentimiento.

—No podemos repetir los errores del pasado —dijo Sariel, con los ojos en Lucifer—. Pero tampoco podemos dejarlo ir. Si lo hacemos, el ciclo de destrucción volverá a empezar.

Lorian asintió. Sabía que el destino de Lucifer no solo determinaría el futuro del cielo y el infierno, sino también el de su propia existencia. La batalla había terminado, pero ahora llegaba el verdadero juicio.

—No quiero más guerras —dijo Lorian, mirando a sus compañeros—. Pero si Lucifer no puede cambiar, entonces debe ser contenido, sin más daño.

Miguel, el comandante de los ejércitos celestiales, miró a Lorian con aprobación. El equilibrio que había traído no solo era entre la luz y la oscuridad, sino también entre el poder y la compasión.

—Lo enviaremos de vuelta al abismo —dijo Miguel, levantando su espada envuelta en luz—. Esta vez, el sello será más fuerte que nunca. Su regreso no será posible hasta que los tiempos del final verdadero lleguen.

Lorian asintió, y juntos, los cuatro levantaron sus manos, combinando sus poderes. La luz de los cielos se fusionó con la oscuridad controlada dentro de Lorian, creando un portal que conectaba directamente con los abismos más profundos del infierno.

Lucifer, aun debilitado, sonrió con amargura.

—Sellarme no cambiará nada. Mis huellas están en cada rincón de la creación. Cuando vuelva, todo lo que has hecho será polvo.

—Puede ser —dijo Lorian—. Pero el tiempo no está de tu lado. Has tenido tu oportunidad, Lucifer, y has fracasado. El mundo ahora tendrá la suya.

Con un último gesto, los ángeles y Lorian empujaron a Lucifer hacia el portal, y este se cerró con un destello, dejando el cielo en silencio. Las alas del ángel caído desaparecieron en las sombras del abismo, y con él, la amenaza inmediata para el reino celestial se desvaneció.

Un suspiro colectivo se oyó entre los ángeles, quienes, aunque agotados, sentían un alivio tangible. El peso de la guerra se disipaba lentamente, pero el eco de lo que había sucedido resonaría durante mucho tiempo en sus corazones y en los cielos mismos.

Lorian bajó la espada lentamente. La luz y la oscuridad que habían convergido en su interior parecían calmarse, fluyendo de nuevo en armonía. A su alrededor, Miguel, Cassiel y Sariel lo observaban en silencio, cada uno procesando lo que acababan de presenciar. La victoria no se sentía como un triunfo glorioso, sino como un necesario sacrificio para preservar algo más grande que ellos mismos.

—Lo hiciste —dijo Cassiel finalmente, rompiendo el silencio, su voz suave pero llena de respeto—. Has traído el equilibrio. Has hecho lo que ni nosotros pudimos.

Lorian, sin embargo, no se sentía como un héroe. Sentía la carga de lo que eso significaba, y aunque había logrado detener a Lucifer, sabía que no era el fin de los desafíos que enfrentaría.

—El equilibrio es solo el primer paso —dijo Lorian, mirando el cielo despejado—. Mantenerlo será lo más difícil. Lucifer fue solo una parte de un conflicto mayor, uno que existe dentro de cada ser. Ángeles, demonios, humanos... todos luchamos con nuestras propias sombras.

Miguel, con su semblante solemne, asintió.

—El equilibrio no es estático, es una lucha constante. Pero mientras haya seres como tú, Lorian, que entiendan ambas partes de esa lucha, habrá esperanza.

Sariel, que había estado en silencio durante todo este tiempo, finalmente habló. Sus ojos reflejaban el arrepentimiento de su traición pasada, pero también una nueva resolución.

—Mi caída... mi traición fue el resultado de mi propia ceguera. Creí que la oscuridad era un camino sin retorno, pero tú has demostrado lo contrario, Lorian. Has mostrado que incluso en las sombras, puede haber luz.

Lorian lo miró, comprendiendo el dolor que Sariel llevaba consigo. Sabía que el ángel había cometido errores, pero también entendía que la redención no era un camino fácil, y que Sariel estaba dispuesto a recorrerlo.

—El perdón no se da fácilmente —dijo Lorian, con voz suave—. Pero todos merecen la oportunidad de redimirse, si están dispuestos a cambiar. Tú ya has dado ese paso, Sariel.

Sariel inclinó la cabeza, agradecido, aunque sabía que su redención completa aún estaba por delante.

—Gracias, Lorian. Haré lo posible por demostrar que soy digno de esa oportunidad.

Los cuatro se quedaron en silencio, contemplando lo que vendría a continuación. El cielo, aunque en calma, seguía siendo testigo de la destrucción que había dejado la batalla. Ángeles heridos, demonios derrotados, la tierra celestial marcada por las cicatrices de un conflicto que había redefinido el destino de todos.

—¿Y ahora? —preguntó Cassiel, con los ojos puestos en Lorian—. ¿Qué sigue para ti, Lorian?

Lorian miró el horizonte. Aunque había cumplido con su misión, sabía que su camino no había terminado. Había sido un puente entre el cielo y el infierno, pero también entre el mundo de los humanos y lo divino.

—Debo regresar al mundo de los humanos —dijo finalmente—. Ellos también forman parte de este equilibrio, y aunque su lucha no sea tan visible como la nuestra, es igual de importante. Allí es donde pertenezco.

Miguel asintió, entendiendo la decisión de Lorian. Sabía que el Nephilim tenía un papel que cumplir más allá de los cielos y el infierno.

—Vayas donde vayas, Lorian —dijo Miguel con una leve sonrisa—, siempre tendrás un lugar aquí. El cielo está en deuda contigo.

Lorian agradeció las palabras, pero en su corazón sabía que su destino era más complicado que encontrar un hogar en uno de los reinos. Su lugar estaba entre ellos, caminando en la fina línea que los dividía, siendo el guardián de ese frágil equilibrio.

Sin más palabras, Lorian extendió sus alas y se elevó hacia el cielo, comenzando su viaje de regreso a la Tierra. Sabía que el conflicto dentro de él no había terminado, pero ahora entendía su verdadero propósito: ser un puente, un guardián, y un protector del equilibrio, no solo entre la luz y la oscuridad, sino también entre los mundos.

Los ángeles lo vieron desaparecer en la distancia, cada uno reflexionando sobre lo que habían presenciado. La batalla había terminado, pero sabían que un nuevo desafío, más sutil y prolongado, había comenzado.

Fin.