Eric peló una gran langosta, la sumergió en salsa, y acercó un pedazo a su boca. —No importa cuán mal te sientas, aún necesitas comer. No te dejes enfermar, ¿de acuerdo?
Ella lo miró apáticamente, abriendo la boca obediente, aunque su corazón estaba cargado de amargura.
No quería sentirse en deuda con Henry, realmente no quería, pero el destino parecía tener otros planes.
—Eric, ¿qué opinas? ¿Henry tendría más posibilidades si lo enviáramos al extranjero para tratamiento? —preguntó, picoteando su comida.
Las cejas de Eric se fruncieron ligeramente. —Sé que estás preocupada. Me aseguraré de que todo esté cubierto en ese aspecto.
