En algún momento, poco después de su gran lío con la academia de policía, Emily se había entrenado a sí misma para dejar de gritar durante sus pesadillas. Una habilidad que le habría venido de maravilla si todavía estuviera en la academia. Pero incluso sin eso, todavía servía un gran propósito.
Con sus pesadillas ahora siendo un asunto silencioso, Emily había podido hacer un acto de bondad por su madre. La había mirado directamente a los ojos y mentido.
—Las pesadillas han desaparecido, ahora estoy durmiendo toda la noche —y el alivio en la cara de su madre, después de años de preocupación, había hecho que la mentira valiera la pena. Lo que explicaba por qué, a las dos de la mañana, Emily estaba completamente despierta y tratando de ser lo más silenciosa posible para no despertar a su madre en la habitación contigua.
Como la mayoría de las mañanas, con los restos de su antigua pesadilla aún aferrándose a ella, Emily se levantó de la cama y se dirigió directamente hacia su cajón de manualidades.
Una aguja e hilo en una mano, tela sostenida en la otra, continuaba con su último proyecto. Las gafas se le resbalaban por la nariz mientras bordaba bajo la cálida luz de la lámpara de la mesita. Cuando las cinco en punto llegaron, había terminado con la pequeña flor. Los pétalos rojos vibrantes contra la tela blanca.
Guardando el proyecto, se dispuso a fingir como si recién se despertara. Incluso llegando al punto de frotarse los ojos en el pasillo cuando se encontró con su madre. La mujer mayor se tragó el acto por completo.
Desde entonces todo fue viento en popa, ponerse limpia, presentable y luego compartir el desayuno con su madre antes de salir justo antes de las seis y media, lo que aseguraba que Emily llegara con treinta minutos de anticipación al trabajo.
Había unos cuantos madrugadores ya presentes, pero en su mayoría, estaba tranquilo. Algo que Emily apreciaba mientras se dirigía a través del edificio. Siendo la asistente del gran jefe, su oficina estaba en el último piso, justo al lado de la de Derek. Pero cada dos días, disfrutaba de un paseo por los departamentos inferiores, tomando las escaleras en lugar del ascensor. Le ayudaba a despertarse un poco, así que subía hasta el último piso cuando le apetecía.
Estaba haciendo justamente eso cuando escuchó que la puerta se cerraba en el grupo de escaleras que acababa de pasar. Normalmente, Emily habría seguido caminando, pero en este caso, se detuvo, y por una simple razón... una risa.
Y no cualquier risa, sino una risa como la de un burro al que le patean las nueces. La risa de Lucas Hart, asistente de uno de los Sebastián Haven, tío de Derek Haven y espina constante en el costado del jefe. Agradecida de ser una de las pocas sensatas que usaban zapatos planos para trabajar, Emily bajó lentamente un poco más.
—...sí, señor. Todo está preparado. Los demás miembros de la junta estarán aquí en una hora. Para cuando su sobrino se dé cuenta de lo que está pasando, será demasiado tarde para que lo detenga... —La voz nasal de Lucas continuó por unos segundos más, pero Emily ya no escuchaba. La mano sobre su boca para evitar hacer cualquier ruido, se quedó congelada en su lugar hasta que escuchó que la puerta se abría y cerraba.
Solo por precaución, esperó unos minutos más y luego bajó las escaleras de nuevo.
La seguridad le dio una mirada extraña cuando pasó de nuevo por su lado, pero a Emily no le importaba. Sacando su teléfono del bolsillo, llamó a su jefe.
—Emily, esto mejor que sea importante, te dije específicamente que no me molestases, que llegaría tarde esta mañana —llegó el tono habitual cortante, su jefe era muchas cosas, pero alegre no era una de ellas.
—Derek, tenemos una situación, es tu tío —hubo una maldición del otro lado y Emily supo que tenía toda su atención.