El hombre estaba lleno de tubos por aquí y por allá para ayudarlo a sobrevivir. Estaba en peor estado de lo que ella había imaginado y no fue capaz de procesar o actuar en ese instante.
Los ojos del señor Sokolov se abrieron al sonido de su voz y sus manos temblaron.
—Ade...Adeline.
Su cuerpo tembló al escuchar su nombre y lentamente, caminó hacia la cama y se sentó en el taburete junto a él. —Papá...Papá, soy yo, Adeline. Estoy aquí. Estoy bien. Estoy bien... —Comenzó a llorar con las últimas palabras.
Una sonrisa surgió en el rostro del hombre y giró la cabeza hacia un lado para mirarla. —E-eso es bueno. Estaba... tan preocupado de... no haberte protegido. Pero... Estás bien. Estoy feliz. —Extendió su mano débil para acariciar su mejilla. —Mi niña.