—No te quedes ahí parada, sube. Te llevaré a algún lugar —instruyó Henry a Amy, pero ella no se movió y cruzó sus brazos quedándose quieta en su lugar mientras lo miraba con una sonrisa pícara.
—¿Estás seguro de eso? ¿No quieres que haga algo con tu amigo enfadado ahí abajo? —Amy pronunció mientras señalaba la dureza de Henry con sus labios.
Henry miró hacia abajo a sus pantalones cortos de surfista y se rió. Se puso las manos en la cintura y negó con la cabeza mientras seguía mirando al diablillo. Sabía que tenía una erección pero no pensó que se marcaría en sus pantalones.
¿Quién no tendría una erección después de ver a Amy con ese bañador tan seductor? Incluso ya podía imaginarse quitándoselo y recorriendo su lengua por todo su cuerpo, haciéndola gemir y gritar.
Solo pensarlo lo hacía más duro y grande y debía parar ahora mismo o de lo contrario se abalanzaría sobre ella allí mismo. Pero tenía que llevar a Amy a la otra isla porque había preparado algo para ella allí.