—¡Mierda! ¿Qué demonios fue eso? —gritó Ardilla mientras se pasaba las manos por el cabello—. ¿Alguien acaba de intentar aplastarnos hasta matarnos?
—Esta gente es tan desalmada —respondió Cerdito—. Ni siquiera pudieron perdonar a un niño. Estaba haciendo todo lo posible por calmar a Fu Jui. El niño había estado llorando fuertemente desde el momento en que fue arrancado sin piedad del coche y casi cae al suelo. Además de eso, acababa de ser testigo de cómo escapaba por poco de la muerte.
—Si los adultos estaban aterrorizados, ¿cómo no iba a estarlo aún más el joven?
—¿Qué deberíamos hacer? —miró Ardilla a Cerdito después de todo, en términos de antigüedad en el grupo, él era el mayor.
—No estoy seguro, sé que van a llamar a la policía, pero no quiero arriesgar a que Fu Jui vaya a una estación de policía —Cerdito solo quería salir de aquí lo antes posible.