Las rodillas de Ofelia cedieron por el miedo. Se cubrió la cara y encogió la cabeza hacia los hombros, apretando los dientes y preparándose para el impacto.
Killorn juró que preferiría caer sobre su propia espada antes que presenciar esto. Su reacción lo apuñaló en el pecho más de lo que cualquier cosa podría hacerlo.
—No fue mi intención, Ofelia. Lo juro, realmente no lo fue… —Killorn se agachó. La ayudó a ponerse de pie, mientras ella se estremecía y temblaba.
Killorn cerró los ojos con fuerza. Rogó a los altos cielos que un rayo lo fulminara ahora mismo. Mierda. ¿Qué exactamente había experimentado ella para estar así?
—L-lo s-s-siento
—Shh, shh, está bien —dijo Killorn al instante. Lamentó haberle gritado en cuanto abrió la boca. La culpa lo apuñaló, pues ella había tartamudeado casi cada palabra y él había vuelto a estallar.
—Ven aquí, Ofelia —Killorn la atrajo suavemente, mostrándole las palmas—. No gritaré más ahora, ¿de acuerdo?