Ofelia estaba desbordada de alegría. Dejó escapar un agudo suspiro y se enderezó como si acabara de escuchar la mejor noticia de su vida.
—¿R-realmente? —insistió Ofelia, con los ojos muy abiertos y relucientes por escuchar más de él.
Killorn fue atravesado por su repentina felicidad. No podía decidir si debería reír o llorar por el hecho de que, no importa qué cosas materiales le consiguiera, ella nunca estaría tan exultante.
—Sí.
—¿R-realmente de verdad? —urgió Ofelia.
—Sí —reflexionó Killorn, alcanzando para pellizcarle la nariz. Ella soltó una risa emocionada, incluso sacudiendo sus lindos rasgos en un intento por alejarse de su agarre.
Ofelia nunca se había sentido más aliviada. No podía imaginar la idea de quedarse en casa y esperar toda la semana a que su esposo regresara, preguntándose, pensando, si él volvería en absoluto. Ahora que estaría a su lado, se sentiría más segura y estaría insistente en ver que él regresara cada noche para asegurarse de que estaba ileso.