Algo acerca de ese comentario hizo que Ofelia se detuviera. Dejó de sonreír, dándose cuenta de que, a sus ojos, a pesar de todas sus faltas, todavía lo estaba engañando. La apreciaba como a la hija de una gran casa, pero ella ni siquiera era quien él creía que era.
La sonrisa de Ofelia se desvaneció. Miró incómodamente hacia abajo al animal enrollado en sus brazos. El cachorro la miró, movió una oreja y ladeó la cabeza. Ella le tocó suavemente la nariz, ganándose otra lamida.
—Ofelia.
Ofelia inclinó la cabeza y continuó acariciando a su nueva mascota. No se atrevía a mirarlo a los ojos. La temperatura a su alrededor bajó, como si la ventana estuviera completamente abierta. Sabía que no lo estaba. Solo su gélida mirada podía convertir el verano en invierno. La atmósfera se tensó y hasta el cachorro gimió de miedo.