—¿Vas a irte antes de saludar a tu esposo? —murmuró Killorn en sus oídos, su voz más profunda de lo habitual.
El corazón de Ofelia se detuvo un segundo. Él sonaba irritado. Ella podía oler el almizcle de su entrenamiento matutino. Humedeció sus labios inferiores, pues tenía un aroma sorprendentemente agradable. Uno de sus brazos se clavó en su cintura, pero también apoyó una palma en su estómago.
—H-hola.
Killorn entrecerró los ojos. —¿Eso es todo?
—B-buenos días...¿?
Killorn exhaló bruscamente. Deslizó su palma hacia arriba por su garganta, pero mantuvo la otra mano en su vientre. Estaba desconcertado por el material extraño y duro bajo su palma. ¿Qué demonios era eso?
—¿Dónde está mi beso matutino, Ofelia?
Las mejillas de Ofelia ardieron. Estaba asombrada de lo descarado que era. No parecía avergonzado por la petición, incluso con Cora presente. En el rabillo del ojo, vio a la Jefa de Ama de llaves inclinarse y disculparse en silencio.