—Realmente, no sabes nada del corazón de una dama —le reprochó Elena a su hermano mayor mientras lo empujaba con sus caderas para apartarlo del camino. Había crecido al lado de este hombre y podía leer su temperamento como la palma de su mano. Esa era la única manera en que podía hacerse útil en este mundo donde se preferían los hijos sobre las hijas.
—No necesito tu ayuda —comenzó Everest.
—¿Ofelia? —Elena interrumpió con calma, su voz inmediatamente bajaba la defensa de todos. Ella sonrió ante el silencio, pues era mejor que los gritos para que se marchara.
Un segundo pasó y Elena vio la mirada acusadora de Everest. Elena estaba contenta de haber llegado en el momento adecuado, pues su hermano estaba perdiendo la paciencia. Nunca antes lo había visto tan molesto. Siempre estaba tranquilo y compuesto, en control de todo. Ver esto divertía a Elena, haciéndola aún más intrigada por Ofelia.