Ofelia fue engañada como una tonta. Con sus labios entreabiertos de shock, su rostro inexpresivo, no pudo hacer otra cosa más que mover la cabeza torpemente de un lado a otro. Miró al suelo, casi avergonzada de no conocer ese hecho tan reputado sobre su esposo.
Ofelia se dio cuenta de que no sabía nada de él, excepto por su trasfondo como Duque y su supuesto cruel difunto padre. Solo podía rememorar el pensamiento de que él no le había dicho nada excepto lo que ella misma había descubierto. La comprensión fue sorprendente, su pecho se tensó, y soltó un suave respiro.
—Bueno, podría sorprender a algunos —declaró Everest—. Pero la familia real tiene una línea de sangre complicada, comenzando por su difunta madre. Esa pobre mujer, que su alma descanse en paz de los atroces crímenes de su esposo.
—¿Q-qué quieres decir…? —susurró Ofelia.