Ofelia despertó con el embriagador aroma de su esposo y su calor envolviéndola como una manta pesada. Se removió, las gruesas sábanas pegándose a su figura. Gimió, con todo el cuerpo adolorido y quejándose por la insaciable bestia. Sintió que él apretaba su agarre en su cintura, sus protectores brazos nunca la soltaban, ni siquiera en su sueño.
Los ojos de Ofelia parpadearon al abrirse, entrecerrando los ojos por el asalto de la brillante luz del sol que entraba por la ventana. Se giró y lo vio, su aliento muriendo instantáneamente en su garganta.