—¿Qué estoy haciendo aquí, de nuevo? —murmuró Lupinum para sí mismo, con los brazos cruzados y observando la irritante escena que tenía delante. Chicas humanas asustadas aferrándose a su cordura, su inocencia marcada por vestidos blancos y mejillas sonrosadas manchadas por lágrimas no derramadas. Los hombres lobo merodeaban entre ellos, nerviosos por la presencia de Lupinum, aunque tenían el valor de charlar sobre cuál de estas damas era la más deliciosa. Los vampiros permanecían en grupos, riendo sobre qué sangre sabría más dulce. Supuestamente, cuanto más joven la chica, más fresca su sangre.
Malditos bastardos.
—Señor Supremo Lupinum.