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—¡Te lo mereces! —escupió hacia la dirección del cuerpo de Jillian, o lo que quedaba de su cuerpo, presumía Ernoul—. ¡Malditos tú y todos tus altaneros ancestros! ¿Qué demonios tiene tu espada? —miró hacia su pecho—. El agujero aún sangraba abiertamente. Era diferente del ataque que había recibido de otros. No solo no podía curarse a sí mismo, sino que también había una incomoda quemadura extendiéndose por su pecho. Lo hacía sentirse lento, similar a cuando aún estaba vivo. Débil, impotente y patético. ¡Ernoul lo odiaba!