El cuenco se estrelló en el suelo en pedazos, rozando por apenas una pulgada los pies de Maia y la sopa medicinal terminó filtrándose en la gruesa alfombra. Inconscientemente, Maia frunció la nariz, tanto por la idea de lo complicado que sería lavar la mancha como por el penetrante y distintivo olor a medicina.
—¡Fuera! —Su padre, Ernoul, gritó furioso desde donde estaba desplomado en la cama. Su rostro estaba rojo por el esfuerzo y miraba a Maia con tanto odio como si quisiera despedazarla. No importaba cuántas veces lo había visto así, no dolía menos. —¡Fuera, desagradecida bruja! ¡No te vuelvas a mostrar delante de mí nunca más!