Cientos de caballos avanzaron al mando, anunciando el comienzo de otra guerra. La espesa nieve crujía bajo los galopes y el suelo parecía vibrar junto con sus ardientes gritos. Una tormenta de polvo se levantaba detrás de sus pasos y las dos fuerzas opuestas chocaban en el medio.
Lo que siguió a partir de entonces fue puro caos.
Los siguientes cuatro días continuaron en la misma rutina. Mataban a algunos, perdían más. Desde el momento en que el sol aún no había salido hasta que el crepúsculo se asentaba en el horizonte, nunca se detuvieron. Lucharon hasta que el aire estaba pesado con el hedor de sangre y muerte, y gritos de enojo y desesperación resonaban en el aire.