Las siguientes horas fueron puramente caóticas. Los pacientes fueron trasladados al hospital más cercano por lotes, las sirenas de las ambulancias resonaban en el aire. El zumbido de las quejas, especialmente de aquellos familiares particularmente impacientes que clamaban que querían demandar al hospital por su pésima seguridad, fue lo peor. Afortunadamente, la imponente presencia de los soldados, así como sus amenazantes armas de fuego, lograron mantener más o menos un semblante de orden. No solo tenían que rastrear a los parásitos restantes escondidos dentro, también tenían que limpiar los cadáveres y desinfectar el lugar.