Las ovaciones resonaban en la oscuridad de la gran sala. La lluvia golpeaba los cristales, iluminados brevemente por los relámpagos. Allí, figuras encapuchadas se congregaban en grupo, suplicando y rezando frente a una enorme estatua.
Frente al monumento a Cineres Culpae, yacía el cuerpo de un joven. Marcas de tortura e inscripciones ilegibles se encontraban talladas con sangre por todo su cuerpo. Su expresión era vacía mientras lo arrastraban.
Los ojos llenos de lamento de la estatua parecían posarse sobre el chico, como si compartiera su sufrimiento. El joven, despojado de toda prenda y dignidad, fue forzado a contemplar sus últimos momentos.
Uno de los integrantes caminó hacia el altar, arrastrando una enorme hacha; la misma hacha que fue empleada para sentenciar a la pobre doncella.
"¡Suplicamos tu perdón, madre!"
"¡Perdónanos por todo lo que hemos hecho!"
"¡Aplacaremos tu lamento eterno con este joven cordero!"
Decían al unísono, mientras en el filo del arma se reflejaba el rostro del chico. Su cabello negro, maltratado; sus ojos morados, desprovistos de cualquier emoción. Si la mirada era un reflejo del alma, allí ya no había nada. Sus labios secos y agrietados se apretaban en una mueca de resignación frente a su destino.
"¡Declaramos culpable a este pobre infeliz! ¡Su crimen ha provocado la ira de nuestra madre sobre todos nosotros!"
"¡Que arda en el fuego del alma atormentada de nuestra madre!", gritaban enojados.
La enorme hacha se posó sobre la base de su cuello, desatando un chorro de sangre sobre el verdugo. Los vítores resonaban en la sala, festejando la inminente desaparición de la enfermedad que asolaba las calles de Erebon.
***
La oscuridad se cernía alrededor de la consciencia del joven. Los destellos de su corta y maldita vida pasaban rápidamente frente a su visión. Sintió un ligero malestar al ver lo desechable que había llegado a ser.
[Tan solo quería dejar atrás esta mala racha], pensó con amargura en ese mar de consciencia.
El tiempo pasaba conforme los recuerdos se agotaban, hasta que nuevamente estuvo rodeado de una asfixiante e intimidante oscuridad. Se preguntaba si esto era todo después de morir, pero tras unos segundos, aquel espacio empezó a vibrar con fuerza.
Una voz fría y maliciosa rompió el silencio, vibrando en el aire estancado, resonando en la nada como un eco que venía de todas partes y de ninguna a la vez.
"Si esto termina así, no sería nada divertido para mí. Deberías agradecerle a esa chica por esto... o bueno, eso lo tendría que hacer yo, al poder seguir con este juego", dijo en un tono malicioso. "Veamos quién se rinde primero."
El joven sentía curiosidad por lo que estaba sucediendo. Para alguien externo sería extraño ver cómo no tenía miedo alguno frente a la situación, pero para él, estar muerto ya era el fin de todo; no tenía por qué temer a lo que viniera después.
[Cosechas lo que siembras], pensó irónicamente, recordando su pasado, el cual lo llevó a su muerte.
El espacio se distorsionó de múltiples maneras, hasta terminar quebrándose. Una fuerte luz se dispersó por todo el lugar, absorbiendo rápidamente la oscuridad que lo llenaba hace unos segundos.
"Como muestra de mi gratitud, te diré esto... No pierdas la cabeza", dijo sarcásticamente. "Ansío nuevamente nuestro próximo encuentro... Después de todo, la muerte acecha por doquier."
"¿D-de qué h-hablas?", trató de preguntar, pero fue consumido completamente por la luz.
***
La lluvia roja caía sobre un vasto estanque teñido de carmesí. Los cadáveres podridos y descompuestos se esparcían como una alfombra macabra, mientras enormes pilas de huesos flotaban a la deriva, empujadas por la corriente mortal.
Ubicado en lo alto de una montaña de cuerpos, Aric despertó, su mente sumida en la confusión y el dolor.
"¿Dónde demonios estoy?", murmuró, con las manos temblorosas sosteniendo su cabeza, tratando de aferrarse a algún fragmento de realidad.