Una suave brisa mecía las hojas de los árboles, mientras el sol brillaba sobre el jardín de la mansión Lark. Las flores vibraban llenas de vida, contrastando con el cielo azul claro.
Sentado en una manta sobre el césped, un joven adulto disfrutaba de aquel escenario, respirando profundamente con los ojos cerrados. Su cabello castaño oscuro ondeaba ligeramente al viento, mientras se llevaba a la boca una de las delicias preparadas en la cesta de mimbre a su lado.
Dirigió la mirada hacia la chica que reía, intentando atrapar las mariposas que revoloteaban a su alrededor. Sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y curiosidad, mientras su vestido blanco se movía suavemente con la brisa.
No podía evitar sonreír ante su entusiasmo. En ese momento, el mundo parecía perfecto, como si nada pudiera arruinar la paz que compartían.
"¿Crees que logré atrapar alguna?", preguntó la chica con una sonrisa, su voz melodiosa resonando en el aire.
"Si alguien puede hacerlo, eres tú. Eres una mal perdedora cuando se trata de tus hermanas," respondió él con un tono ligero, aunque sus ojos revelaban sus verdaderas emociones al respecto.
"¿Alguna queja por lo de anoche?", refunfuñó ella, haciendo un puchero.
"Nada de nada," contestó él, levantando las manos en señal de paz con una risita.
Observaba cada movimiento de la chica con un cariño palpable, sintiendo cómo su corazón se aceleraba con cada sonrisa que ella le ofrecía.
El tiempo parecía detenerse mientras compartían dulces y risas. Las sombras de los árboles danzaban sobre ellos. El hombre extendió la mano para acariciar suavemente una flor, un gesto que simbolizaba su deseo de preservar la belleza del momento.
"Oye, Ser—"
Sin embargo, el ambiente comenzó a cambiar. Las risas se desvanecieron, y el cielo, que antes era claro, se tornó gris y sombrío. Un eco de palabras se alzó en el viento, un susurro angustiado que parecía provenir de la distancia.
[Profesor...] resonó en su mente, como si fuera una advertencia imposible de ignorar.
La escena se desvaneció, como si una sombra hubiera recubierto el jardín entero. El hombre sintió un tirón en el corazón, y todo se volvió oscuro
***
Aric despertó abruptamente, su respiración agitada y su corazón latiendo con fuerza. Se encontraba en un lugar desconocido, con la luz tenue filtrándose a través de las rendijas de una ventana cubierta de polvo.
La escena del jardín y el picnic se desvaneció rápidamente de su mente, dejándole una sensación de dolor y tristeza inexplicable, que fue consumida casi instantáneamente por un vacío profundo.
[¿Por qué me siento tan solo?] Se frotó la cara con las manos, intentando despejar la confusión.
Miró a su alrededor, recapitulando los sucesos en su mente. Había logrado derrotar al conejo y cruzar la puerta de madera oscura; lo que pasó después era borroso en su memoria.
"Me desmayé," susurró suavemente, levantándose del frío suelo.
Aric parpadeó mientras su vista se adaptaba a la penumbra. La habitación estaba en ruinas, con las paredes desmoronándose y una capa de polvo recubriendo cada superficie.
El sonido de pasos ligeros captó su atención, alertándolo de una posible amenaza, hasta que empezó a resonar el eco de una risita traviesa; ya sabía quién era.
"Pensaba que te había aburrido," dijo Aric, mirando la figura que bajaba por las escaleras. "¿Ya puedo tener las respuestas que quiero?"
"¡Oh, Aric!", exclamó ella con tono melodioso, como si acabaran de encontrarse por casualidad. "No digas eso. Cumpliste con las expectativas; pensaba que te demorarías un poco más."
Aric la miró, conteniendo la necesidad de poner los ojos en blanco. Lyra avanzó hacia él, notando sus pensamientos y encontrando la situación divertida.
"Arruinaría la diversión responder tus preguntas," dijo Lyra, fijando sus ojos violetas en él. Podía notar las repercusiones del enfrentamiento con el guardián del Umbral. "Bueno, te recompensaré por no haberte rendido. La zona alta de Erebon, allí podrías encontrar lo que buscas, aunque no sepas verdaderamente qué."
"¿Erebon?", preguntó sorprendido. "Es bastante lejos de mi ciudad natal."
"Oh, no te preocupes de ese aspecto. El viaje ya fue proporcionado," dijo Lyra con una sonrisa. "Deberías ponerte en marcha."
"Ni me tomaré la molestia de preguntar cómo es posible," respondió mientras caminaba hacia la salida del lugar. "¿Qué debería hacer allí?"
"Te lo dirá tu corazón," contestó Lyra, danzando alrededor de Aric. "A veces lo que buscas está más cerca de lo que imaginas."
Aric se sintió molesto con los acertijos de Lyra, pero no podía permitirse arruinar su estado de ánimo; aunque llevaran poco tiempo y no supiera nada de ella, era su mejor consuelo para soportar las regresiones.
Estaba a punto de emprender su viaje en un terreno desconocido nuevamente; recordó por un momento a la chica del retrato.
"¿Sabes quién es Serafín Lark?", preguntó escéptico. Esperaba que Lyra le respondiera con algo poco útil por el momento; cuando la miró, incluso se sorprendió, aunque carecía de gran parte de sus emociones.
"¿De dónde supiste ese nombre?"
La actitud de Lyra había cambiado por completo; incluso en sus ojos podía reflejarse el miedo.
"En los laberintos de la puerta blanca," respondió, extrañado por aquel cambio. Una pequeña sensación de ansiedad brotó en su interior, pero el vacío indescriptible lo devoró. "Había bastantes cuadros... Uno de ellos tenía ese nombre."
"Ya veo... Lo sabrás en su momento," contestó Lyra, ocultando sus pensamientos al respecto.
Aric asintió y abandonó el lugar. Estando sola, su expresión se tornó en una mueca de desagrado. Alguien estaba involucrándose directamente en algo que no debía.
[¿Cómo terminó en ese laberinto? ¿Por qué el guardián del Umbral lo permitió?], pensó, meditando sobre los inconvenientes que traería, antes de desaparecer en la penumbra.
***
[¿Qué pasa con este lugar?] La luna, apenas visible a través de las nubes grises, proyectaba una luz tenue sobre los edificios, creando sombras que danzaban inquietantemente.
Aric se preguntaba en qué parte de Erebon había terminado; pocas veces lograba salir de su tierra natal. Los edificios se alzaban imponentes, sus fachadas ennegrecidas por el paso del tiempo y la niebla.
"Debería haber alguna posada cerca, ¿no?"
Los techos altos y puntiagudos parecían querer desgarrar el cielo nocturno. Las ventanas, estrechas y alargadas, estaban protegidas por barrotes de hierro, mientras las cortinas desgarradas se agitaban detrás de los cristales polvorientos.
Caminó durante un tiempo sin rumbo. Su prioridad era encontrar a alguien para pedirle indicaciones, pero las calles se encontraban desoladas; aun así, tenía la sensación de ser observado a lo lejos.
Al llegar a una enorme plaza aparentemente vacía, unas delgadas manos lo arrastraron a la oscuridad de un callejón, sin darle tiempo a rechistar. Aric se sorprendió y llevó su mano al pomo de su espada para tomar represalias.
"Shhh." La chica se llevó el dedo índice a la boca mientras tomaba con fuerza la mano que sostenía la espada; era más fuerte de lo que aparentaba. "Verdugo."
Aric estaba desconcertado por la poca habilidad de comunicación; pero pronto, la situación cobraría sentido al oír fuertes rugidos provenientes del lugar al que se dirigía.
Un pequeño grupo de licántropos huía despavorido por la plaza. Se movían entre paredes y techos gracias a sus poderosas garras. De repente, en un simple parpadeo, uno de los que se había quedado atrás cayó de rodillas, decapitado.
Los hombres lobo rugieron por la pérdida de su compañero, buscando al responsable. Al cabo de unos segundos, otros fueron vilmente asesinados, mutilados sin siquiera saber de dónde provino el ataque.
[¿Qué está pasando?] El sudor bajaba por su frente; si aquel conejo había representado un problema, esto lo dejaba en ridículo... un aumento de dificultad inimaginable.
"No ruido," dijo en un tono amenazador. Sus ojos de un tono ámbar penetraban en lo más profundo de Aric; algo que no recibió bien, frunciendo el ceño en respuesta.
Cuando quedaba un solo monstruo, apareció de la nada el perpetrador, elevando su guadaña por encima de la cabeza. El hombre lobo tropezó con sus pies al intentar retroceder; se podía notar la desesperación en su expresión.
Cortando el aire con un fuerte silbido, dividió en dos a su oponente, parándose imponente en su baño de sangre. No podía verse la expresión del verdugo; su túnica maltratada cubría gran parte de su cuerpo. Lo único visible eran sus ojos carmesíes, que se movían con locura alrededor, buscando una nueva presa.
El corazón de Aric latía con fuerza; tenía un complejo de emociones segregadas, pero no le molestaba en absoluto. Qué bien se siente sentir nuevamente. Tragó saliva seca mientras le indicaba a la chica que no pensaba provocar una escena.
Dudó un segundo hasta finalmente bajar la guardia, soltando su agarre de la mano.
"Debemos irnos. No diferencian entre monstruos y humanos," susurró, girando sobre sus talones para escabullirse, meneando su capa desgastada de color rojo oscuro.
La chica avanzó sin confirmar si Aric la seguía; aunque lo tomó por sorpresa, pudo mantener el ritmo para no quedarse atrás.
"¿Qué era esa cosa?", preguntó, mirando sobre su hombro, esperando que el verdugo no los siguiera.
"Alguien que debes evitar si quieres seguir con vida," respondió de manera seca, casi despectiva. Avanzaba por los callejones oscuros con facilidad; Aric se retrasaba ligeramente al tropezar de vez en cuando.
[Se ve bastante acostumbrada], pensó, observando cada uno de sus movimientos.
Cruzaron por unas cuantas calles hasta llegar a una zona en mejor estado. Aric recuperaba el aliento, mirando con sus ojos abiertos las calles de la ciudad.
Se detuvieron frente a un callejón que terminaba en un distrito iluminado, con antorchas pegadas a las paredes; las farolas de gas titilantes ofrecían una sensación de seguridad entre la espesa niebla.
"Estaremos seguros aquí por ahora," dijo la chica sin mirarlo. Sus ojos recorrían los alrededores con cautela, y sus pasos eran rápidos pero seguros.
Aric notó que algunas tiendas tenían las luces encendidas y que las personas allí parecían reacias a hablar; sus rostros mostraban una mezcla de cansancio y alerta.
"¿Quién eres?", preguntó Aric, observando a la joven con la capa rota. "¿Qué fue lo que sucedió allá atrás?"
"Si necesitas un nombre, llámame Maribel," respondió, deteniéndose cerca de una fuente abandonada. "Fue un juicio del verdugo... para regular a los que perdieron su cordura."
"¿Perder la cordura?"
"¿Llegaste hace poco a Ludtwige?", Maribel lo escudriñó con su mirada. "Aquellos que pierden la cordura no solo se vuelven monstruos... El mundo mismo empieza a torcerse para ellos."
"¿Torcerse?" Aric frunció el ceño, observando las calles iluminadas frente a ellos. Aunque todo parecía en calma, no desaparecía por completo el ambiente pesado en el lugar, dejándole la sensación de que esta tranquilidad era solo una fachada.
"La mente es frágil en este lugar," continuó Maribel. "Cuanto más tiempo pasas en Ludtwige, tu percepción de lo real y lo falso empeora. Cosas que no deberían estar ahí... O peor, cosas que otros no pueden ver."
La chica se levantó, observando con cautela los alrededores; luego, clavó sus ojos ambarinos en los de Aric.
"Recuerda esto siempre: a medida que la cordura se desvanece, la realidad también lo hace. Los callejones se alargan infinitamente, las puertas conducen a lugares imposibles... Y los verdugos aparecen."
"Entonces, todos en Ludtwige están en peligro de volverse... ¿Cómo esos licántropos?" Aric sintió un escalofrío recorrer su espalda; había caído en cuenta de una cosa mientras intentaba permanecer tranquilo.
"No todos," respondió Maribel, señalando a las demás personas que se encontraban tomando un respiro en el lugar. "Hay quienes consiguen permanecer victoriosos, aunque es una lucha constante... Es como la muerte... Nos llega a todos."
Aric hizo una mueca, pero rápidamente controló su expresión facial, esperando que la chica no lo notara.
"Por eso también hay zonas como esta, donde la cordura todavía puede mantenerse." Hizo un gesto señalando las antorchas y farolas de gas. "Aquí, al menos por un tiempo, el caos no penetra tan fácilmente."
"¿Cómo puedo evitar perder la cabeza?", preguntó nervioso. Se había dado cuenta de algo; ahora mismo, sus ojos le estaban jugando una mala broma.
"Esa es la pregunta diaria para todos, pero hay algunas cosas que ayudan: mantente alejado de los asuntos de los verdugos, si no tienes una lámpara de gas, evita las zonas con una niebla demasiado espesa... y, lo más importante, no olvides nunca quién eres."
Aric asentía, analizando y comprendiendo la información con un rostro conflictivo.
"Bien, debo irme... Tengo asuntos que atender," dijo Maribel, notando su comportamiento intranquilo. Decidió dejarle repasar las cosas solo en un área medianamente segura. "No tienes que agradecerme por haberte sacado de allí; iba de paso... Y no te preocupes demasiado por la situación; todos pasamos por lo mismo al llegar aquí."
"Está bien... Gracias, y me llamo Aric; me estaba tardando en decírtelo," respondió con una sonrisa.
Maribel asintió mientras giraba para adentrarse en la ciudad nuevamente.
Aric permaneció sentado en la fuente abandonada, observando a Maribel desaparecer en la penumbra.
"No olvides quién eres," susurró al aire. Esa simple recomendación parecía más fácil de decir que de seguir. "Ludtwige, ¿eh?"
Se levantó lentamente, dejando que sus ojos vagaran por las calles de la ciudad. Tenía el mismo nombre, los mismos edificios victorianos e incluso los sistemas de iluminación. Sin embargo, todo era... tan diferente.
Miró hacia el horizonte, donde la niebla se extendía como un océano sin fin.
[¿Este es el resultado de la enfermedad de Cineres? ¿Cuánto tiempo habrá pasado?]
Una cosa tenía clara conforme caminaba: este lugar, esta versión de la ciudad, no era el Ludtwige que conocía.
A medida que avanzaba por las calles, una idea llegó a su mente sobre su próximo objetivo. La distancia del reino de Erebon y su ubicación actual era de unas pocas horas; esperaba que la estación de trenes siguiera funcionando.
Apretando los puños como si con ello pudiera aferrarse a su cordura, dejó atrás aquella zona segura y se adentró en la oscuridad. El verdadero juego acababa de comenzar en este escenario.