El inicio de una trágica historia comenzó con un joven no tan joven, que recién se acababa de graduar de la universidad. Acabó siendo un cirujano. Ese hombre era Steve, actual miembro de la banda y uno de los más fuertes.
Cuando salió del evento de graduación, decidió celebrarlo sólo yendo por hamburguesas. Para él no era solo un lugar de hamburguesas baratas, para él era el lugar de hamburguesas que lo acompañó durante sus estudios. No eran tan costosas y él no poseía tanto dinero, pues trabajaba de mesero en un restaurante cercano a la universidad.
La noche era silenciosa.
Steve llegó al lugar de hamburguesas económicas y se notaba. El lugar estaba decorado con colores bastante llamativos, pero que se veían desgastados. Aparte, había pegatinas gigantes desgastadas de hamburguesas por toda la pared del local.
Entró y cada mesa era de un color verde, el cual no combinaba para nada con los colores de fuera. El suelo era de color negro y los meseros estaban vestidos de cangrejos. Sin duda, era un lugar bastante "exótico".
Se sentó en las sillas con forma de cajas de madera (lo eran) y esperó a que los meseros vinieran. Entonces llegó uno bastante amargado disfrazado de cangrejo y esperó la orden de Steve. —Deme la hamburguesa más cara de su menú—pidió Steve. El cama-rejo, tomó la orden y se fue de allí.
Le costó aproximadamente unos quince dólares, que fue el tiempo que tardó su hamburguesa en llegar. Ya con la asquerosa y grasosa hamburguesa servida en un plato azul, Steve la tomó. Observó el detalle de los aderezos escurriendo en su mano y las cuatro carnes que tenía.
Y, justo cuando estaba a punto de darle un mordisco, creyó escuchar un cerillo siendo encendido, por lo cual volteó. Efectivamente, una mujer de unos treinta años encendió un cerillo para prender la vela en un pequeño pastel. Al parecer se encontraba sola y se veía un poco triste.
Con amabilidad, Steve se levantó de la mesa. Lamió el aderezo de sus dedos y se acercó a la mujer. Supuso que era su cumpleaños, pero le preguntó. —Disculpe, señorita, ¿es su cumpleaños? —. La mujer que tenía al frente suyo tenía un rubio y brillante cabello rizado. Su piel morena se veía hermosa. Para Steve, era una mujer majestuosa. Sintió una extraña conexión sin siquiera tener una conversación decente.
La mujer sorprendida, le contestó. —Sí, si lo es—respondió.
—Feliz cumpleaños—felicitó a la mujer vestida con ropa bastante vintage.
—¡Oh, gracias! —dijo la mujer y, antes de que Steve quisiera irse, lo invitó a cenar con ella esa noche—¿No te gustaría acompañarme? —preguntó.
—Claro, ¿no te molestaría?
—En lo absoluto—respondió la mujer.
—Está bien, iré por mi hamburguesilla—comentó Steve alegre.
Esa noche, Steve había ido con un estilo bastante formal. Así había ido a la fiesta de graduación, aunque a los pocos minutos quiso irse, ya que no disfrutaba del ambiente tan sexual ni alcohólico de la fiesta. Ni esperaba algo así, por ello decidió celebrarlo comiendo una hamburguesa.
Cuando regresó a la mesa, Steve trajo su plato y un vaso de refresco que le habían dejado sin que se diera cuenta. —Volví, señorita—dijo Steve colocando su comida en la mesa de la mujer.
La mujer apartó el pastel para dejar a Steve comer. Ya pronto podrían comer juntos el pastel.
—Mi nombre es Elena—dijo la mujer sonriendo. Su sonrisa era bastante pequeña y sus ojos eran algo grandes con unas largas pestañas.
—Me gusta tu nombre, suena increíble—comentó Steve comiendo su hamburguesa.
Steve siguió comiendo sin apartar la vista de Elena.
—¿Y qué hace alguien como tú en este local tan miserable? —preguntó Elena.
—Este local me acompañó durante mis estudios. Acabo de graduarme, ahora soy oficialmente un cirujano
—¡Eso es admirable! Yo me gradué hace unos años de gastronomía
—¿Y cocinas bien? Ja, ¿qué te gusta cocinar? —preguntó Steve riendo un poco.
—¡Obvio sé cocinar! Eso creo. Aunque, el platillo en el que más me especializo es el hígado encebollado, ¡me sale exquisito! Deberías probarlo—dijo Elena.
—¡Puag! Una de las cosas que más detesto es el hígado encebollado—Steve parecía asqueado. Lo bueno es que había terminado con la hamburguesa de dos bocados. Luego acabó con todo el vaso en menos de dos segundos.
—Te prometo que yo haré que lo ames
—No creo que logres que ame esa aberración del mundo
—Apostemos—dijo Elena bastante dominante y eufórica.
—Me parece bien—dijo Steve de la misma forma que Elena.
—Cuando nos vayamos de aquí puedes venir a mi casa a dormir y mañana te hago probar mi increíble platillo
—¿Ir a dormir a tu casa? Apenas te conozco. Seguro quieres descuartizarme, preciosa—dijo Steve con sarcasmo.
—Obvio que no. Si te quisiera descuartizar ya lo hubiera hecho, guapo—dijo Elena con el mismo tono sarcástico.
—Entonces iré
—Ja, ja, Confiaste bastante rápido
—¿Eso quiere decir que en verdad me quiere cortar en pedacitos?
—¡Ja, ja! No, no
—Bien, iremos luego de comer
Ambos comieron el pastel con unas cucharas que había en la mesa. Elena pidió a los cama-rejos dos latas de cerveza. Amablemente se la trajeron.
—No suelo beber mucho, pero por esta noche está bien—comentó Steve abriendo la lata y tomándola de un tirón.
—Por cierto, ya te dije mi nombre, ¿cuál es el tuyo? —preguntó Elena interesada.
—Oh, es Steve
—Tu nombre suena elegante y refinado
Por casi media hora, estuvieron platicando sobre sus vidas, antiguos líos amorosos y su opinión de todo. Esa noche fue tan legendaria para ambos. Felices se fueron del local, pagando por cuentas separadas, ya que esa noche eran un tanto tacaños.
Pidieron un taxi que los terminó llevando a la casa de Elena. —Antes de que lo preguntes, es rentada—comentó.
A Steve no pareció importarle. Ambos entraron bastantes felices.
—Más te vale que ese hígado encebollado me guste—dijo Steve.
—¡Lo hará! Pero ya será mañana que lo prepare—comentó Elena.
Al día siguiente, Steve despertó muy alegre y experimentando un sentimiento de paz y bienestar. Sin embargo, se sorprendió al ver a Elena desnuda junto a él. Estaban muy pegados y abrazados en la cama de Elena. Con cuidado de no levantarla, quitó su brazo con lentitud. Steve se puso su ropa interior y la camisa que llevó esa noche. Entonces, exploró la pequeña casa.
Llegó a la cocina, que se veía bastante pequeña, y tomó cuatro huevos de un cesto para prepararle el desayuno a Elena. Luego de un rato, sirvió los huevos en la mesa junto con un vaso de jugo de manzana.
—Linda noche, ¿no? —Elena se levantó. Abobado, Steve la admiró.
—Sorprendentemente, lo fue—contestó Steve.
—¿Hiciste el desayuno? Que romántico.
—No tan romántico como ayer—dijo Steve con tono burlón. Ambos rieron y se sentaron a desayunar.
—¿Y por qué hiciste el desayuno, "mi príncipe"?
—Para evitar que me intoxicaras con tu platillo ese
—Ja, ja. Mira, tengo una idea—comió un poco de huevo—Si hago que te guste el hígado encebollado, te quedas aquí conmigo dos semanas más. Y si no te gusta, puedes irte hoy mismo
—Trato hecho
—Aunque creo que no querrás irte
—Quizás sí, quizás no. ¿Qué haremos hoy? —preguntó Steve. En menos de tres segundos acabó con los dos huevos.
—Iremos a buscar los ingredientes para hacer que te enamores de mi increíble cocina—comentó Elena.
—Más bien para envenenarme, ja—.
Por un buen rato, estuvieron conversando acerca del día de ayer. Steve fue a su departamento para ir a por ropa. —Nos vemos a las tres de la tardea aquí mismo y, por cierto, ten mi número—Elena le dio un papelito con su número de teléfono.
Ya a las tres de la tarde, Steve volvió con Elena vestido de una forma más casual. Y fueron al mercado en busca de los ingredientes del hígado encebollado.
Durante la visita al mercado local, Steve le avisó a su madre que se quedaría todavía unas semanas más en la ciudad. De igual forma le comentó que se encontraba bien y que la quería.
Cuando regresaron a la casa de Elena, esta se puso a cocinar—¡No por nada me gradué de gastronomía! —exclamó Elena. Y Steve estaba en el suelo, agonizando por el olor del hígado. Un rato después, Steve se sentó en la mesa, dudando de si escapar o no.
Elena sirvió un plato de comida bastante presentable, cosa que sorprendió a Steve—Wow—quedó asombrado—se ve bien—comentó. Elena hizo señas de que lo probase, cosa que hizo que Steve tragara saliva.
Tomó con un tenedor un pedazo del hígado y lo introdujo a su boca con la mano tambaleando. Su rostro pasó de repulsión a aceptación. Se puso bastante contento. —¡Wow, esto sabe increíble! —dijo Steve.
—Te lo dije. Y ahora tendrás que quedarte conmigo unas semanas más, ¡oh, sí!
—Creo que... quiero que sean más que semanas—Steve se acercó a Elena con pasión y, sorpresivamente, le plantó un beso bastante apasionado.
Las semanas se fueron tornando años y los días meses. La noche que se conocieron, Elena quedó embarazada de Steve, cosa que molestaría bastante a cualquier persona, pero para ellos no. De hecho, se alegraron al enterarse de la noticia; algo bastante raro. Poco después, Steve comenzó a ejercer su carrera, ganando bastante.
Su hija nació, llamándose Nina. Por cinco años, vivieron muy bien y siendo felices. Compraron un coche blanco, una casa algo grande, viajaron juntos a varios lados y se casaron. A los tres días después de casarse, Steve y Elena decidieron irse de luna de miel. Para ello, dejaron a Nina con la madre de Steve.
El lugar que visitaron se trataba de México. Visitaron varios lugares y probaron comida bastante sabrosa. Durante esa luna de miel, Elena volvió a quedar embarazada.
Pasando un día de enterarse y ya habiendo regresado a casa, Steve se preparaba felizmente para ir al trabajo, ya que había una operación que debía realizar de emergencia. Steve se vistió.
—Te ves bastante guapo, cariño—comentó la esposa—cuando regreses podríamos ir al cine con Nina. Y también podríamos cenar tu comida favorita
—¡Oh, sí! Trataré de venir lo más temprano posible, ya quiero mi hígado encebollado—dijo Steve. Se despidió con un beso a Elena, su esposa y a Nina, su hija. También le dio un beso en el estómago de Elena—Nos vemos luego—se despidió Steve.
Tras varias horas de trabajo, Steve logró completar la operación. Manejaba su coche para regresar a la casa radiando alegría. Para ese momento ya era de noche, pero un extraño brillo provenía cerca de su casa. Miró el cielo y notó un extraño humo.
La sonrisa de Steve se apagó al llegar. Los gritos de su esposa e hija resonaron en todo el lugar.
Los vecinos estaban en su casa tratando de lanzar agua al enorme incendio. Steve se bajó de inmediato del auto y corrió a la casa, preocupado por su esposa e hija. Sin embargo, los vecinos lo detuvieron antes de que él también muriese.
De todos los vecinos, nadie tuvo el valor para entrar a la casa. Esperaban a los bomberos.
—¡¡¡Esa es mi casa, mi esposa e hija están allí dentro!!! —su impulso de querer salvar a los más grandes amores de su vida, le dio la fuerza necesaria para zafarse de los vecinos. En ese momento, los gritos cesaron, cosa que deprimió bastante a Steve, ¡pero no se daría por vencido!
Cuando pateó la puerta y entró a su hogar, vio a Elena abrazando a Nina. Ambas siendo calcinadas hasta la muerte. Corrió rápido a intentar ayudarla con lágrimas en los ojos. Esa noche no solo se quemó la casa. Hubo cuatro cosas que se quemaron: Elena, su hija, su futuro bebé y el corazón de Steve.
Ya fue allí cuando los bomberos por fin aparecieron y, de milagro, salvaron a Steve, quien recibió varias quemaduras en todo su cuerpo.
Pasaron unos cuantos días. Steve despertó en un hospital, sano y salvo. No obstante, tenía una de las peores heridas que cualquier persona podría tener: un corazón roto. Sintió como si hubiese ardido en llamas su corazón hasta que se hiciera cenizas. Por eso mismo, tomó la decisión de renunciar a su trabajo. No parecía haber problema, ya que tenía un montón de dinero guardado en la cartera y en el banco.
Como no tenía casa, tuvo que ir a un departamento a vivir. Y fue allí, en ese lugar, donde conocería a sus futuros amigos apodados como: Russ, monstruo y carnicero. Gracias a ellos, la herida de Steve pudo cicatrizar. Pero como cualquier cicatriz, cada que la recuerdas, te duele.
En el presente, Steve tenía una botella de vino en su mano.
—Rayos, viejo, eso sí que es una mierda. Es peor de lo que contaste ayer—comentó Houston—Pero no te preocupes, estamos todos nosotros para ti. También somos tus amigos, ojitos pequeños. Pase lo que pase, te ayudaremos.
—Gracias—fue lo único que pudo pronunciar Steve.
A lo lejos, se escuchaba el claxon de un coche. Se podía ver una van acercándose al granero. Steve se paró y se secó las lágrimas. —¡¡Chicos, han vuelto!!—gritó Steve a todo pulmón.
Los amigos de Steve acababan de llegar.