Después de los intensos combates y los momentos llenos de dolor y caos, Dariel, con el cuerpo agotado pero la mente decidida, decidió que su lugar estaba con su familia. Sin perder más tiempo, se dirigió al hospital en la Tierra, donde Rigor, su esposo, y sus hijos se encontraban. Sabía que la batalla externa había terminado, pero ahora debía enfrentar otra lucha, más silenciosa pero igualmente importante: cuidar de aquellos a quienes amaba.
Al llegar al hospital, el ambiente era tranquilo en comparación con el caos reciente. Dariel avanzó por los pasillos, buscando la habitación donde Rigor estaba internado. Su corazón latía rápido, lleno de preocupación, pero también con una profunda determinación de estar allí para él y sus hijos. Sabía que Rigor, a pesar de su fortaleza, necesitaba el apoyo de su familia ahora más que nunca.
Al entrar a la habitación, vio a Rigor en la cama, descansando, con sus hijos pequeños cerca, mirándolo con ojos llenos de esperanza. Dariel se acercó suavemente y les acarició la cabeza, mostrándoles que todo estaría bien. "Papá se recuperará", les dijo con una sonrisa tranquilizadora, aunque en su corazón aún había un eco de preocupación.
Tomando la mano de Rigor, Dariel se sentó junto a él, sintiendo la conexión profunda que los unía. "Estoy aquí ahora", susurró. "Vamos a superar esto, como siempre lo hemos hecho. Juntos". Sabía que este era solo el comienzo de su recuperación, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para que su familia saliera adelante. En ese momento, Dariel se comprometió a cuidar de su esposo y a proteger a sus hijos, mientras las cicatrices de la batalla lentamente comenzaban a sanar.
Después de una larga y ardua recuperación, Rigor finalmente estaba de pie nuevamente, su cuerpo mostrando señales de haber superado el peor de los daños. Sin embargo, aunque físicamente había sanado en gran parte, las secuelas de los combates y las heridas graves eran inevitables. Los médicos habían hecho lo mejor que pudieron, pero le advirtieron que no volvería a ser exactamente el mismo.
Algunas de esas secuelas se manifestaban en forma de dolores crónicos en sus músculos, especialmente en su brazo derecho, que había sido gravemente afectado durante la batalla. Aunque podía usarlo, los movimientos bruscos o la tensión intensa le causaban un dolor insoportable. También notaba una ligera disminución en su capacidad para reaccionar rápidamente, algo que había sido crucial en su estilo de combate. Su cuerpo ya no respondía como antes, y esto lo frustraba profundamente.
Más allá del dolor físico, Rigor también había cambiado mentalmente. Las experiencias cercanas a la muerte y el sufrimiento lo habían dejado con pesadillas recurrentes y momentos de ansiedad que lo sorprendían de manera inesperada. Sabía que las secuelas emocionales serían un reto tan grande como las físicas. A menudo se encontraba reflexionando sobre el futuro, preocupado por cómo estas limitaciones afectarían su habilidad para proteger a su familia.
Dariel, siempre a su lado, había notado estos cambios. "No tienes que hacerlo todo solo", le dijo suavemente una noche mientras lo ayudaba a recostarse. "Estás vivo, y eso es lo más importante. Vamos a superar esto, juntos".
Rigor apretó su mano, agradecido, pero también con la preocupación aún en su corazón. Sabía que las secuelas eran permanentes, pero también sabía que su determinación de seguir adelante no se había roto. Aunque ya no era el mismo guerrero invencible de antes, se prometió a sí mismo y a su familia que encontraría nuevas formas de ser fuerte, nuevas maneras de protegerlos y mantenerse a su lado.
Las secuelas podrían limitar su cuerpo, pero no su espíritu.
Rigor, sentado en su oficina como director de la Academia Historia, intentaba concentrarse en los informes que debía revisar. Su mano temblaba ligeramente mientras escribía, una secuela persistente de las heridas que había sufrido. No estaba acostumbrado a esta nueva limitación, y cada vez que su mano se trababa, la frustración se mezclaba con el dolor que trataba de ocultar bajo su expresión seria.
Los informes y documentos se acumulaban frente a él, y aunque quería enfocarse, las pequeñas interrupciones físicas lo distraían constantemente. Mantuvo su postura, decidido a no dejar que las secuelas controlaran su vida, pero el trabajo que antes realizaba con tanta facilidad ahora se sentía como una lucha interna.
Justo cuando dejaba el bolígrafo con un suspiro pesado, escuchó un golpe suave en la puerta de su oficina. Tres estudiantes, con rostros nerviosos, se asomaron por el marco. "Director Rigor, ¿podemos hablar con usted?", preguntó uno de ellos, mostrando una mezcla de respeto y cautela.
Rigor levantó la vista, su semblante serio y distante no cambió. Como director, solía mantener una barrera de autoridad con los estudiantes, pero sabía que ellos confiaban en él, incluso en momentos donde se sentía más vulnerable. Ocultando su incomodidad, asintió y los invitó a pasar con un leve movimiento de cabeza.
"Adelante", dijo en un tono firme pero cortante, apartando los documentos y cruzando las manos sobre la mesa. "¿Qué los trae aquí?"
Los estudiantes se acercaron con algo de timidez, sintiendo la presión de estar frente al director, cuya reputación como un líder fuerte e imponente aún permanecía, a pesar de los recientes rumores sobre su estado. Uno de ellos se armó de valor para hablar, claramente nervioso.
"Queríamos pedir su consejo, señor. Tenemos una misión importante en los próximos días, y algunos de nosotros estamos preocupados por cómo manejar ciertas dificultades...", explicó, dejando claro que buscaban la orientación de alguien con su experiencia.
Rigor los miró detenidamente, escuchando sus palabras con atención mientras intentaba disimular la rigidez en su mano. Sabía que, como director, su responsabilidad no solo era guiar la academia, sino también ser un ejemplo para los jóvenes que la frecuentaban. A pesar de su dolor, no podía mostrar debilidad ante ellos.
Con un suspiro controlado, se inclinó hacia adelante. "Díganme los detalles de la misión", dijo con calma. "Les daré los consejos necesarios para que puedan enfrentarla con la mente clara. No duden de su capacidad. La clave es estar preparados, pase lo que pase."
Mientras los estudiantes empezaban a hablar, Rigor, aún luchando contra sus propias limitaciones, se concentró en lo que mejor sabía hacer: liderar, a pesar del peso de las cicatrices que cargaba en silencio.
Mientras Rigor continuaba con sus responsabilidades en la Academia, Dariel se encontraba en casa cuidando a sus hijos. Después de todo lo que habían pasado como familia, Dariel había decidido dedicarse completamente a ellos mientras Rigor se recuperaba y volvía a su rutina. Los niños, aún pequeños, no comprendían del todo la magnitud de lo que había sucedido, pero podían sentir la tensión y el cambio en el ambiente.
Dariel, con una mezcla de amor y preocupación, se esmeraba en mantener la calma y la alegría en el hogar. Jugaba con ellos en el jardín, preparaba sus comidas favoritas y les leía cuentos antes de dormir. Cada sonrisa y risa que lograba sacarles la llenaba de esperanza, aunque en el fondo no podía evitar pensar en Rigor, preguntándose cómo estaba lidiando con todo.
Mientras uno de los pequeños correteaba por el patio, Dariel observaba desde la ventana, reflexionando sobre el futuro. Sabía que Rigor estaba luchando en silencio, no solo contra el dolor físico, sino también con los cambios que las secuelas habían traído a su vida. Ella entendía la carga que él llevaba, y aunque lo apoyaba incondicionalmente, también sabía que no podía ayudarlo con todo. Rigor tenía que encontrar su propio camino para adaptarse a su nueva realidad.
Un pequeño tiró de su falda, sacándola de sus pensamientos. "Mamá, ¿papá va a estar bien?", preguntó con la inocencia característica de un niño.
Dariel se agachó, acariciando suavemente la cabeza de su hijo y sonriendo con ternura. "Sí, cariño, papá va a estar bien. Solo necesita un poco de tiempo para recuperarse por completo. Pero mientras tanto, nosotros vamos a cuidarlo, ¿verdad?"
El niño asintió, y Dariel lo abrazó con fuerza. En ese momento, se prometió a sí misma que seguiría siendo el pilar de la familia, brindando el amor y la estabilidad que todos necesitaban, mientras Rigor encontraba su camino de vuelta a ellos. Sabía que, aunque las cicatrices de las batallas nunca desaparecerían, juntos podían superarlo todo.
El niño, al ver a su madre sentada junto a su hermana, decidió caminar como pudo hacia ellos. Sabía que, aunque su madre, Dariel, siempre intentaba mostrarse fuerte y tranquila, también necesitaba compañía. Al llegar, se sentó a su lado, sin decir nada, pero entendiendo que, en momentos como este, el simple acto de estar juntos era suficiente.
Dariel, con los dos niños a su lado, los miró con una suave sonrisa. Aunque su corazón estaba cargado de preocupación por Rigor y el peso de las batallas que habían enfrentado, sentía una paz profunda al tener a sus hijos cerca. Ambos niños, sin necesidad de palabras, miraban hacia su madre, buscando su fuerza en la calma que ella siempre intentaba transmitir.
Juntos, los tres dirigieron su atención hacia la casa, donde sabían que Rigor estaba lidiando con sus propios desafíos. El niño mayor, con una mezcla de curiosidad y preocupación, observaba a su padre desde la distancia. A pesar de su corta edad, podía sentir que algo había cambiado en él desde que había vuelto a casa. Aunque Rigor intentaba ser el mismo de siempre, su seriedad y el temblor en su mano al escribir mostraban que las secuelas de la batalla aún lo afectaban.
La hermana menor, siguiendo el ejemplo de su hermano, también miró hacia la ventana donde su padre trabajaba. Aunque no comprendía del todo lo que había ocurrido, sentía en su corazón que algo importante estaba pasando. Se acercó a su hermano, apoyando su pequeña cabeza en su hombro, mientras juntos observaban en silencio.
Dariel, notando la escena, sintió una mezcla de emociones. Sabía que Rigor estaba luchando internamente, pero también sabía que no estaba solo. Sus hijos, aunque jóvenes, eran su fuente de consuelo y esperanza. Se prometió a sí misma que, aunque los tiempos difíciles no habían terminado, juntos como familia superarían cualquier obstáculo.
En un rincón del universo, lejos de las batallas y el caos que habían marcado sus vidas, Nine Sharon había encontrado finalmente un momento de paz. Junto a su amada, disfrutaba de la tranquilidad que tanto había deseado. Los días de lucha y destrucción parecían tan lejanos ahora, y aunque su pasado estaba teñido de sombras, había encontrado consuelo en el amor que compartían. Su mirada se suavizaba cuando observaba a su pareja, sabiendo que juntos habían superado los momentos más oscuros.
A la misma hora, en otro lugar, Victor, también había encontrado su refugio. Rodeado por Luci y sus demás esposas, contemplaba el atardecer, un momento de calma después de todo lo que habían pasado. Las cálidas luces naranjas y doradas del sol poniente bañaban el paisaje, y Victor no pudo evitar sonreír al sentir la brisa suave en su rostro. Aunque su vida había estado marcada por la violencia, las pérdidas y la redención, en ese momento, todo lo que importaba estaba a su lado: las personas que amaba.
Luci, apoyada en su hombro, lo miraba con afecto, mientras las otras esposas disfrutaban también del atardecer, cada una a su manera. Victor, con una sonrisa serena, observaba cómo el cielo cambiaba de color. Por fin, después de tantas batallas, podía disfrutar de un momento de paz, con la certeza de que, aunque el futuro podía traer nuevos desafíos, lo enfrentaría con su familia a su lado. La calma que sentía en ese instante era suficiente, y mientras el sol se escondía en el horizonte, supo que esos momentos eran los que verdaderamente hacían que su lucha valiera la pena.
Fin.