Un mes después, la vida en la academia se había estabilizado y Rigor disfrutaba de un poco de la paz que tanto había anhelado. Entre sus tareas, se dedicaba a revisar los expedientes de los estudiantes, asegurándose de que todos tuvieran el apoyo y los recursos necesarios para sus estudios y entrenamientos. Mientras revisaba los archivos, uno en particular captó su atención.
Era el expediente de una estudiante de la clase T-4 llamada Yasane. La descripción de sus habilidades era inusual: poseía un dominio excepcional sobre lo que la mayoría llamaba "magia", aunque en realidad era un tipo de energía pura que podía moldear y manipular de maneras casi ilimitadas. Su habilidad le exigía precisión, y dependía de la técnica y el control para canalizarla de forma eficaz. Esto incluía posiciones específicas y posturas que le ayudaban a enfocar su poder, de ahí que se le conociera como "magia".
Intrigado, Rigor decidió llamarla para conocerla mejor y entender el alcance de sus capacidades. Minutos después, Yasane llegó a su oficina, una joven de mirada tranquila pero decidida, con un porte que denotaba confianza y habilidad.
—¿Me llamaba, director? —preguntó ella, mostrando respeto pero también cierta curiosidad.
Rigor la observó detenidamente antes de hablar.
—Así es, Yasane. He estado revisando tu expediente, y debo decir que tus habilidades son... excepcionales. ¿Me podrías contar un poco más sobre tu control de la "magia"?
Yasane asintió y explicó que su habilidad se centraba en el control de la energía, permitiéndole moldearla y aplicarla de maneras que otros normalmente no podían. Aunque algunos lo llamaban "magia", ella sabía que lo que hacía era una combinación de técnica y disciplina, y que cada postura y movimiento era vital para la precisión de sus habilidades.
—Entiendo —respondió Rigor, impresionado—. No todos los estudiantes tienen la dedicación para manejar algo tan complejo. ¿Estás segura de que puedes mantener ese control en situaciones de alta presión?
Yasane lo miró con determinación.
—Director, he practicado cada postura y cada técnica durante años. Mi único objetivo es perfeccionarlo aún más y utilizarlo de forma que sea útil para la academia y mis compañeros.
Rigor asintió, satisfecho con su respuesta. Sabía que tener estudiantes como Yasane fortalecía el potencial de la academia y, con alguien tan comprometida, no dudaba que alcanzaría logros importantes.
—Entonces, Yasane, sigue así. Cuentas con mi apoyo. Si alguna vez necesitas guía, estaré aquí.
Con una sonrisa, Yasane se despidió, agradecida por la confianza. Rigor observó cómo se alejaba, seguro de que en el futuro, ella sería una pieza fundamental en los desafíos que la academia enfrentaría.
Rigor, después de escuchar atentamente a Yasane, le dio una leve sonrisa.
—Bueno, Yasane, veo que tienes un gran potencial —dijo, con su tono serio, pero amable—. Si te interesa, podrías entrenar con José, el hijo de Víctor. Tiene una habilidad excepcional y podría ser un buen compañero para que ambos refuercen sus capacidades.
Yasane asintió, sorprendida y emocionada por la oportunidad.
—Gracias, director. Será un honor entrenar con él —respondió con una leve inclinación de cabeza, reflejando respeto y entusiasmo.
Rigor le dio unas palabras de ánimo antes de despedirla.
—Aprovecha la oportunidad, Yasane. Aprender de otros y compartir tus conocimientos también te hará más fuerte. Estoy seguro de que tendrás mucho que aportar.
Con una sonrisa agradecida, Yasane se despidió y salió de la oficina, emocionada ante la posibilidad de entrenar con alguien como José. Rigor observó cómo se marchaba, satisfecho de haberla orientado hacia un entrenamiento que podría ser fundamental para su crecimiento.
En una de las amplias salas de entrenamiento de la academia, que casi tenía el tamaño de una cancha de fútbol, José estaba concentrado practicando sus técnicas. Sus movimientos eran rápidos y precisos, mostrando la habilidad que había heredado de su padre, Víctor, aunque aún era joven, con apenas 15 o 16 años.
A lo lejos, Yasane lo divisó y sintió que él debía ser el chico al que Rigor había mencionado. Aunque le sorprendió verlo tan joven, notó la intensidad en su expresión y la seguridad en sus movimientos, lo que disipó sus dudas. Decidida, se acercó a él con una ligera sonrisa, y al llegar lo saludó con respeto.
—¿Eres José, verdad? —preguntó, notando la breve pausa de José mientras la miraba, curioso—. Rigor me sugirió que podría entrenar contigo, si estás de acuerdo.
José asintió de inmediato, sonriendo con entusiasmo.
—¡Claro! Será un honor entrenar contigo —respondió con genuino interés, inclinando la cabeza ligeramente—. ¿Qué te gustaría practicar?
Ambos se posicionaron en el centro del campo de entrenamiento, listos para iniciar. Yasane se preparó, concentrando su energía, mientras José adoptaba una postura defensiva, observándola atentamente.
—Te advierto que no me contendré —dijo ella, dejando ver una leve sonrisa desafiante.
—Perfecto, así es como me gusta —contestó José, sonriendo de vuelta con la misma chispa.
La práctica entre ellos comenzó, con cada uno mostrando sus habilidades y adaptándose a los estilos del otro. Yasane, con su manejo de la energía, y José, con la técnica de combate que tanto había perfeccionado, se impulsaron mutuamente a sus límites, logrando así un entrenamiento que los desafiaría a ambos y que, sin duda, reforzaría sus capacidades.
El entrenamiento entre Yasane y José comenzó con una intensidad que ambos no se habían anticipado. Los dos se movían con una velocidad impresionante, lanzando golpes y esquivando cada ataque en una coreografía precisa y calculada.
Yasane, con su habilidad para manipular la energía, ejecutaba movimientos ágiles y fluidos, canalizando su poder en cada golpe que lanzaba. José, por su parte, combinaba la fuerza y destreza de su estilo de combate, reflejando las enseñanzas de su padre, y mostraba una velocidad sorprendente para su edad.
Los golpes resonaban en la sala de entrenamiento, un intercambio de energía y fuerza. Yasane lanzó un puñetazo dirigido al costado de José, pero él lo bloqueó hábilmente y contrarrestó con una patada baja, intentando desestabilizarla. Yasane retrocedió apenas, aprovechando el impulso para girar y lanzar un golpe de energía que José logró esquivar por poco.
—Nada mal —dijo José, sonriendo, mientras mantenía su postura defensiva.
—Tú tampoco lo haces nada mal —respondió Yasane, con una sonrisa determinada—. Pero veamos si puedes mantener ese ritmo.
La batalla continuó, aumentando de intensidad a medida que ambos se desafiaban mutuamente. Cada uno intentaba adelantarse a los movimientos del otro, buscando debilidades en el estilo de su oponente y perfeccionando el suyo propio. A pesar de la rivalidad del entrenamiento, se podía ver en sus miradas el respeto mutuo que había comenzado a surgir entre ellos. Ambos sabían que este combate no solo era una prueba de habilidad, sino una oportunidad para crecer y fortalecer sus destrezas juntos.
Yasane continuaba midiendo cada movimiento de José, cada golpe y cada esquive. Poco a poco, comenzó a notar el increíble potencial que él tenía, sin dejarse distraer por su juventud. Con cada segundo que pasaba, José demostraba una destreza, velocidad y precisión que lo acercaban a ser un combatiente formidable, reflejando las enseñanzas de su padre, Víctor.
José, por su parte, estaba impresionado por la habilidad de Yasane para controlar la energía, algo que requería un gran dominio y concentración. Aun cuando parecía que sus golpes estaban a punto de conectarse, ella desviaba el impacto con un leve movimiento de energía, disipando el poder de sus ataques con aparente facilidad.
—No es fácil esquivar esos golpes, Yasane —dijo José, con una sonrisa de admiración—. Me haces esforzarme al máximo.
—Eso es exactamente lo que quiero de ti, José —respondió Yasane, devolviendo la sonrisa con igual intensidad—. No te detengas; muestra todo lo que tienes.
Sin contenerse, José aumentó la velocidad de sus ataques, incorporando movimientos más complejos, mientras Yasane respondía con un control preciso de energía, creando breves barreras y lanzando ráfagas cuando encontraba una apertura. El combate se volvió una mezcla de técnica y energía, una danza de poder que ambos disfrutaban.
José, respirando profundamente y sintiendo la adrenalina correr por su cuerpo, sabía que era momento de terminar el combate. Decidido a dar un último golpe definitivo, invocó la técnica de su padre y gritó con una voz poderosa:
—¡Ira Dansandankai!
Al instante, una energía mística envolvió su cuerpo, transformándose en un fuego brillante de color dorado que parecía consumir el aire a su alrededor. Sus músculos se tensaron, ampliándose con un poder renovado, mientras sus puños ardían con un fuego amarillo tan intenso que iluminaba toda la sala de entrenamiento. Sus ojos, ahora rojos con destellos cafés, emanaban una ferocidad implacable y una concentración absoluta, reflejando la voluntad inquebrantable de un guerrero decidido a triunfar.
Yasane, al ver esta manifestación de poder, sintió una mezcla de asombro y respeto. Sabía que José estaba liberando todo su potencial y que este último ataque llevaría el combate a su clímax. Manteniéndose firme, se preparó para enfrentar la técnica, canalizando su energía en un escudo protector.
José, sin perder tiempo, avanzó con una velocidad y fuerza que superaban lo que había demostrado antes. Cada paso hacía temblar el suelo, y el fuego amarillo que lo envolvía crepitaba con una intensidad casi sagrada. Al acercarse a Yasane, concentró toda su energía en un solo puñetazo, lanzando un ataque definitivo que parecía capaz de atravesar cualquier barrera.
—¡Aquí voy, Yasane! —gritó, lanzando el golpe con una precisión feroz.
Yasane, utilizando toda su concentración, desató su propio poder en una barrera reforzada para recibir el impacto. Al momento del choque, una explosión de luz y energía llenó la sala, y por unos segundos, el espacio se cubrió de una bruma de energía ardiente y relámpagos chispeantes.
Cuando el humo se disipó, ambos estaban de pie, respirando con dificultad, pero sonriendo. José había liberado todo su poder, y Yasane, aunque impresionada y exhausta, había resistido el impacto final.
—Eres increíble, Yasane —dijo José, con una sonrisa y el pecho aún subiendo y bajando por el esfuerzo.
—Tú también, José —respondió ella, entre risas, admirando la determinación que él había demostrado—. Es claro que eres digno de esa técnica.
Ambos sabían que este combate no era solo un entrenamiento; era el inicio de una conexión más fuerte, y un testimonio de sus habilidades y del potencial que aún les quedaba por explorar juntos.
José apareció frente a Yasane en un parpadeo, con una intensidad en sus ojos que dejaba claro que no había terminado. Antes de que ella pudiera reaccionar, él giró sobre sí mismo con una rapidez abrumadora y lanzó una poderosa patada con su pierna derecha, dirigida directamente a la nuca de Yasane.
El golpe cayó como un martillo, y el sonido de la colisión resonó en la sala de entrenamiento. Yasane, incapaz de detener la fuerza del ataque, fue impulsada hacia el suelo. Su cuerpo impactó contra el piso con un estruendo, y una ligera nube de polvo se levantó alrededor de ella mientras quedaba tendida, tratando de recuperar el aliento.
Por un instante, todo quedó en silencio. José respiraba con dificultad, sintiendo el peso de su propio poder. Sus ojos, sin embargo, reflejaban una mezcla de respeto y determinación; sabía que este combate había sido intenso, pero también sabía que Yasane no era del tipo que se rendía fácilmente.
Lentamente, Yasane levantó la cabeza, con una expresión desafiante en su rostro, a pesar del dolor. Apretó los dientes, y, con esfuerzo, comenzó a ponerse de pie, sus ojos fijos en José. Ella también sentía la seriedad de este combate y entendía que él no había contenido su fuerza.
—Nada mal, José —murmuró, con una media sonrisa, mientras se levantaba, tambaleándose pero con la mirada firme—. Pero necesitarás algo más para realmente vencerme.
José, con una leve sonrisa, reconoció su tenacidad. Ambos sabían que este entrenamiento era más que solo fuerza física; era una prueba de voluntad, de resistencia, y de respeto mutuo.
José, sintiendo el peso de la batalla, dejó escapar un suspiro profundo. Sus ojos, que hasta entonces brillaban con una mezcla de fuego y concentración, se tornaron de un intenso color púrpura, revelando la transformación de "KMY" —el Kamatsu My Yatsu—, un estado temporal que aumentaba su fuerza y velocidad a niveles extremos.
Antes de que Yasane pudiera siquiera registrar el cambio, José se desplazó frente a ella en un parpadeo, dejando apenas un rastro de luz en el aire. Con una precisión letal, lanzó un golpe directo hacia su pecho mientras murmuraba: "Destello Solar."
El impacto fue como una explosión silenciosa, pero su efecto fue devastador. Yasane sintió una oleada de energía atravesar su cuerpo, como si todo su ser hubiera sido sacudido desde el núcleo. Durante un instante, sus ojos se abrieron con sorpresa, pero su cuerpo no pudo soportar la magnitud de la técnica.
José se apartó, y en ese breve respiro vio cómo Yasane, aún de pie por un segundo más, comenzaba a tambalearse. Con una suavidad inquietante, ella cayó hacia adelante, su cuerpo desmayado finalmente cediendo al poder del golpe.
José la miró con una mezcla de respeto y preocupación, consciente del control que había necesitado para no llevar el combate demasiado lejos. Mientras su transformación comenzaba a desvanecerse, se acercó a ella y murmuró con una voz tranquila:
—Eres fuerte, Yasane. Más de lo que crees.
La sala de entrenamiento quedó en silencio, solo interrumpida por la respiración pausada de Yasane mientras José esperaba, admirando la determinación que había mostrado en cada segundo de la batalla.
José, viendo a Yasane inconsciente, la levantó con cuidado y la llevó a la enfermería de la academia, donde pudiera recuperarse adecuadamente. Cada paso lo daba con cautela, asegurándose de que su compañera de entrenamiento estuviera cómoda. La batalla había sido intensa, y aunque él había demostrado su fuerza, también sentía un respeto profundo por el esfuerzo y la resistencia que Yasane había mostrado.
Al llegar a la sala de recuperación, la colocó suavemente en una camilla y le indicó a los médicos que necesitaría un descanso. Mientras el personal se ocupaba de ella, José se quedó unos momentos observando, notando lo serena que parecía ahora en contraste con la intensidad del combate. Con un suspiro, se dio cuenta de que el entrenamiento había sido tanto una prueba para él como para ella.
Salió de la enfermería y, mientras caminaba por los pasillos de la academia, soltó un suspiro profundo, liberando la tensión que aún quedaba en sus hombros. Sabía que este combate no solo lo había ayudado a crecer, sino que también había dado lugar a una conexión de respeto y compañerismo entre ambos. Con esa tranquilidad en su corazón, se dirigió a su próxima misión, dejando que el eco de sus pasos llenara los silenciosos pasillos.
Fin.