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El castigo

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Chapter 1 - Introducción

El sol quemaba su piel, pero Marianne continuó la marcha sin quejarse. Solo quería estar de regreso junto a su hija y preparar la cena con las cosas que compró en el supermercado.

Su corazón dio un vuelco por segunda vez al pasar por la sastrería nueva que acababan de abrir. Todavía le costaba creer que Schneider hubiese llegado hasta ese recóndito pueblo donde ella decidió esconderse y donde había vivido tranquila

durante los últimos cinco años.

Aunque no le sorprendía tampoco. Cada vez más gente adinerada llegaba a vivir al pueblo debido a su tranquilidad, poca contaminación y a la actitud servicial de sus habitantes. A Marianne le preocupaba ese crecimiento y la hacía considerar mudarse a otro lugar para no ser encontrada nunca

por ese hombre que casi termina con su cordura, que casi la destruye.

Ella no quería volver a verlo, pero el destino le tenía preparada otra cosa.

En el mismo momento en el que iba pasando por el lugar, un auto lujoso se estacionó frente a este, y no hubo forma de que Marianne evitara que el hombre que se bajó de aquel vehículo la viera.

Rezó a todos los dioses para que Julian no la

reconociera, que no se acordara de su existencia ni de lo que hizo para poder liberarse de él, pero no tuvo suerte, y pronto se encontró sujeta del brazo de ese alemán que parecía arder en el mismísimo infierno por la rabia.

— ¡Suéltame!—gritó Marianne, pero él hizo

caso omiso a sus suplicas, llevándola consigo a la parte de atrás del lugar, tirando a su paso las bolsas de compras.

— ¡¿POR QUÉ?!—bramó el empresario,

acorralándola contra una pared. Marianne

no supo qué contestarle, tampoco quería

hacerlo. Estaba aterrada, pero también

descubrió que la peligrosa atracción entre

ambos aún existía.

Julian no esperó por su respuesta y atacó sus labios con una ansiedad descomunal. La manera en que la tocaba era furiosa, muy agresiva, pero Marianne no pudo apartarse, era muy débil ante él, ante sus propios deseos por él que acababan de despertar, luego de años de estar dormidos.

Escuchó como rasgaban la tela de su ropa,

volviéndola inutilizable. Se encontró desnuda en menos de un minuto, y él también lo estaba de la cadera para abajo, pero se dejó la parte más representativa de su atuendo: el saco. A Julian siempre le gustó usar sus trajes al hacerla suya, no

le gustaba coger con nadie totalmente desnudo.

Excepto con ella. A Marianne sí le permitió en una ocasión ver su desnudez, a pesar de no amarla.

Fue la última vez que estuvieron juntos.

Marianne soltó un gemido de placer y dolor

cuando el furibundo alemán la alzó en brazos y la penetró con violencia. El hombre estaba fuera de sí, arremetiendo contra ella como si la hubiese extrañado, como si la hubiese necesitado.

—Mein schatz—gimió Julian. Marianne hasta aquel día no sabía lo que eso significaba, y nunca deseó averiguarlo, pues presentía que se trataba de algo malo, algo insultante.

Algo tan humillante como la relación que él le

ofreció algún día.

Intentó luchar contra el placer que las estocadas de Julian le estaban proporcionando, pero no pudo evitar llegar al orgasmo al mismo tiempo en que él se vaciaba por completo en su interior.

Ella deseó con todas sus fuerzas que aquel hombre la dejara en paz y volviera a ignorarla como cada vez que hacía luego de tener sexo, pero eso no ocurrió, él no parecía querer soltarla.

—Vendrás conmigo, serás castigada por lo que hiciste—aseveró este con la respiración agitada.

— ¿Por qué?—Marianne se atrevió a

preguntar, aunque sabía la respuesta.

—Tú sabes por qué.

— ¿Qué me vas a hacer? ¿Vas a matarme?—inquirió con pánico. Su corazón, que ya

estaba al borde de un colapso, incrementó

su velocidad al pensar en su pequeña hija.

—No, no voy a matarte, haré algo peor—aseguró Julian con una hermosa pero aterradora sonrisa—. Tu castigo será pertenecerme.