Aún me sentía mal el día de la fiesta.
No era tan malo como el primer día, pero me sentía un poco débil y ligeramente caliente. Pero podía levantarme y moverme perfectamente, pensar racionalmente por fin y ahora mismo estaba evaluando mi nuevo vestido, adaptado para ser el disfraz.
Me sentía bastante satisfecha con el trabajo de Madame Esther. Mis ideas eran una cosa, pero su habilidad con el hilo las mejoraba.
Me quedaba a la perfección, con un escote de corazón enmarcado en hilo de oro, sin hombros pero mangas largas y largo hasta tocar ligeramente el suelo. Pero a comparación de los comunes abombados, este era más pegado al cuerpo. Era negro en su totalidad aparte del marco de oro. En cuanto a las mangas, en mis manos ahora tenía intrincados guanteletes dorados que iban pegados a mis muñecas como joyería y terminaban en garras similares a las de un gran felino. Tendría que ser cuidadosa con mis manos durante la fiesta, pero honestamente me hacían sentirme grandiosa y segura.
Con un cinturón dorado, una cola fina y negra, decorada con el mismo metal dorado, se levantaba a la altura de mis rodillas, y para terminar, Martha me terminó de peinar con una trenza que cubría mis orejas y con una tiara de oro con dos orejas negras y redondas. Mi maquillaje simulaba ojos de gato delineados con dorado y labios rojos como una fresa, con sombras aquí y allá que le daban a mi rostro una apariencia aún mayor al de un felino, incluidos los bigotes de gato.
Había elegido una pantera negra.
El vestido era originalmente hecho para un funeral, pero supuse que no se le habría vendido bien a Esther porque era bastante sexy, por decir poco. La falda tenía una provocativa división que dejaba ver mi pierna, pero la había decorado con listones negros. Sin duda alguna mi madre se infartaria si veía mi atuendo, pero yo tenía otros planes.
Desde antes había decidido jugar con los demás hombres para hacerle "competencia" a Sergei, pero resultó ser que ahora solo tenía que declarar mi falta de interés a su propuesta. Por fortuna había logrado rechazar su propuesta de ir como su acompañante al baile bajo la excusa de no revelar aún nada para "acostumbrarme", pero estaba segura que iba a buscarme allá apenas llegara... Pero se llevaría una pequeña sorpresa.
Este día podía ser divertido si me lo proponía.
Arruinemos un poco mi imagen.
Sería fácil recuperarla de todas maneras. En esta fiesta no se juzgaba a nadie, y aún así un solo caso de supuesta "inmoralidad" no haría una mella significativa en mi imagen, ya que en general tenía una buena reputación.
Una vez lista, acepté el chal negro y afelpado que me ofreció Martha. Aún debía cubrir mis hombros antes de salir, para no llamar la atención de nadie aún.
Era una suerte además que las marcas de mi cuerpo se habían desvanecido considerablemente. Ahora solo un poco de polvo de maquillaje podía cubrirlas con facilidad.
Al bajar al primer piso, ya me esperaban mis hermanos, ambos bien disfrazados y luciendo muy elegantes.
Cedric iba disfrazado valientemente de una serpiente plateada. Su cabello dorado fue matizado ligeramente con polvo blanco, peinado hacia atrás con firmeza aparte de dos mechones rebeldes que se negaban a quitarse de su frente, pero le quedaban bien y le quitaban ese aire inalcanzable en lo justo y necesario. Su atuendo color plata estaba lleno de retazos de tela que parecían realmente escamas vivas que se amoldaban perfectamente a su cuerpo y se movían con un ligero brillo metálico. En su mano tenía su máscara, que enseñaba un poco de su frente y por los lados se bajaban a través del contorno de su rostro en forma de colmillos, pero sin tapar su boca.
—Vaya que has dedicado tiempo a decorarte. —Dijo entre dientes, dejando salir su fastidio por esperar.
—Ey, pero sabes que siempre vale la pena. Nuestra hermanita siempre es la joya de cada baile. —Le interrumpió Raymond, quien me volteó a ver con una sonrisa. —Supongo que podemos darle un bonus a Madame Esther por sus esfuerzos, estás preciosa, hermanita.
Me sonrojé lo justo por el cumplido, sonriendo con timidez. Estaba más acostumbrada a que me molestara con apodos a que me diera halagos.
Mi hermano por su parte había decidido ir disfrazado como lobo.
Al igual que Cedric, había decidido irse por el color blanco. Seguramente habían compartido el matiz plateado del cabello, porque tenían el mismo tono. Viéndolos juntos, parecían ser gemelos en vez de ser el hermano mayor y el menor. Excepto que Ray tenía el cabello más al natural, dejando que los mechones ondulados tuvieran más apariencia de ser una melena blanca. Por su parte, su traje no parecía muy diferente a uno normal, pero tenía peluche blanco aquí y allá y aparte llevaba una capa blanca y afelpada similar a mi chal, pero color plateada. Y en sus manos tenía su propia máscara y la mía. La suya era más simple a comparación de la de Cedric, solo ocultando sus ojos.
—Gracias Ray, y púdrete, Cedric. —Dije en mi voz más femenina y elegante posible, ganándome una risa de mi segundo hermano.
—Vámonos o llegaremos más tarde de lo usual.
—Cuiden a su hermana, ustedes dos. —Desde nuestra izquierda, nuestros padres nos acompañaron a la salida. Ellos ya no asistían a esta fiesta, siendo mayores y además cargando las enfermedades mentales de mamá. Si hubiera estado en buenos términos con cualquiera de los dos los habría despedido con un beso y una sonrisa, pero ahora ni siquiera me digné a voltear a verlos. —Y Diane, si te sientes mal, no dudes en pedir regresar.
En mi mano tenía un abanico rojo y negro, que de inmediato abrí y oculté la mitad de mi cara detrás, sin querer dejar ver mis expresiones para esos dos.
Al no recibir respuesta, mi padre solo bufó enojado y también me ignoró, volteando a ver a sus dos hijos en vez.
—Regresen temprano por una vez. No quiero escuchar ninguna mala noticia, ¿Eh, Ray?
Él solo les dedicó una sonrisa que decía todo lo contrario antes de saludarlos como militar, pero informalmente.
—Claro, señor. Temprano y bien portados.
Cedric puso los ojos en blanco y solo salió de la casa. Ambos lo seguimos al carruaje y en el camino yo me senté frente a ambos, viendo hacia la ventana con un poco de fastidio.
—No vas a ganar nada ignorándolos y actuando como una niña, Diane. —Empezó Cedric con su esperado discurso de hermano mayor.
—Ey, no te pongas del lado de ellos. Ni siquiera tú has tenido que aceptar aún un matrimonio forzado. —Lo regañó Ray, cruzándose de brazos.
—No estoy diciendo que lo que hicieron esté bien, considerando que madre le había prometido hablarlo primero con ella... Solo te digo que actuando con un berrinche no vas a ganar nada. Solo harán más planes sin tenerte en cuenta y vas a tener que soportarlos sin tener absolutamente ninguna opinión.
Mis ojos se desviaron del exterior a ver a Cedric. Él también me enfurecía por su maldita actitud arrogante, pero sus palabras tenían un poco de sentido esta vez. Pero no por eso iba a dejar de lado mis emociones de repente. Él era el mejor para controlarlas y actuar fríamente porque había sido educado de esa manera.
Raymond y yo no. Habíamos sido educados de la misma manera, pero mucho menos estricto. Aún habíamos tenido la libertad de mostrar emociones y no ser tan gravemente castigados por ser impulsivos.
A vecese daba un poco de pena Cedric. ¿Podría hacer feliz a una mujer de esa manera? ¿O se repetiría la historia como con mamá? Tal vez su futura esposa también tendría un corazón blando y solo terminaría un poco loca y frágil de mente.
—¿No nos educaron para ser firmes en nuestras decisiones y exigir respeto y demostrar nuestro poder? —Le respondí en vez, con voz fría. No estaba enojada con él, pero si seguía poniendo excusas y soluciones sumisas, no me importaba extender mi ira. —A veces los padres olvidan que el fruto de sus esfuerzos puede ser un arma de dos filos cuando sus duras enseñanzas son puestas en su contra.
—También te enseñaron a tenerles respeto. —Su voz también se notaba más firme e insistente, pero yo tampoco iba a ceder.
—Si algo me enseñaron es que el respeto se tiene que ganar, y si alguien va a mis espaldas y rompe una promesa, créeme que pierde bastante de ello. —Esta vez fue mi turno de cruzarme de brazos, indispuesta a ser regañada por él. —¿No deberías saberlo tú mejor que nosotros? ¿O es que ya te olvidaste de lo que te hizo Dennis y sus repercusiones con papá?
—¡Diane! —Ray intentó detenerme demasiado tarde. Lo dicho, dicho estaba y fue suficiente para ganarme una de las caras mas frías que le había visto hacer a Cedric.
Entrecerró los ojos viéndome. Sentía su propio enojo surgir lentamente y supe que había golpeado la fibra sensible.
—Siempre ha sido un defecto tuyo el hacer y decir estupideces cuando te ganan tus emociones, Diane. Y eso algún día te va a afectar como no tienes idea. —Sus palabras fueron dichas con lentitud y precisión, mandándome un escalofrío por la espalda. —Ahora mismo me lo dices a mi, que soy tu hermano, pero un día te pasarás de la línea en dónde no debes y te arrepentirás. Controla tu maldita actitud.
Apreté los puños, pero esta vez no respondí.
Por más que quería seguir peleando, creo que realmente me había pasado esta vez. Dennis era un tema tabú para Cedric y en la familia. Muchas cosas malas habían salido de las interacciones con él y creo que está vez –comparativamente– no era tan grave como lo había sido en esa ocasión.
Me mordí el labio, antes de murmurar mis siguientes palabras entre dientes.
—Perdón.
Raymond parecía querer saltar por la ventana. Siempre había sido el más social, tranquilo y diplomático de los tres, pero está vez no parecía que pudiera hacer nada.
Pero Cedric al menos pareció comprender que todo lo que había dicho había sido desde un lugar emocional y no racional, porque solo suspiró mientras se ponía la máscara.
—No te digo que los perdones y hagas inmediatamente las paces con ellos... Pero como has dicho, usa la educación que recibiste en su contra. Úsalos a tu beneficio en vez de ser lo contrario. Eres más inteligente que eso. Y deja de ser tan impulsiva.
Supongo que Cedric... Realmente era diferente a nuestro padre, aunque la mayor parte del tiempo actuara como él. Aún tenía sentimientos y no una absoluta sed de poder.
Con Cedric ahora usando su máscara, nos dimos cuenta Ray y yo que habíamos llegado al enorme castillo de la familia real, lugar donde se llevaría a cabo la Fiesta de Otoño.
Usualmente las fiestas eran dentro del palacio en su grandiosa sala de baile, pero para esta fiesta en específico, y la de primavera en medio año, se abrían los magníficos jardines.
Iluminados con pequeñas lámparas aquí y allá, todo el ambiente tenía un aire misterioso y etéreo. Había flores conocidas y exóticas que estaban en su mejor estado alrededor de todo el jardín, lleno de arbustos y árboles de todos tipos. Incluso el pequeño río que lo cruzaba parecía darle a todo un aire pacífico que buscaba simular la naturaleza.
Los humanos podían ser enemigos de los quentaur, pero vaya que sabían representar bien la naturaleza donde vivían.
Y justo en el centro, bajo un domo de cristal que protegía más especies extrañas de flora, había varias mesas puestas aquí y allá con comida, bebida y hermosas decoraciones. Y en el centro de cada mesa, intercalando su color, estaba lo que era el objetivo principal del evento: rosas rojas y azules.
El significado profundo de la fiesta de otoño era celebrar el origen del humano con la caza, la cosecha y la abundancia de la que habia sido bendecido para recibir. En los primeros años de su historia, los humanos solían salir a hacer cacerías para obtener las mejores presas, pero cuando los quentaur salieron de los bosques a defender sus territorios, se tuvo que detener dicha práctica. Con los años evolucionó a que solo se cazarían animales criados en cautiverio, pero seguían invadiendo tierra enemiga y finalmente volvió a evolucionar adaptándose con las mentes jóvenes.
Personas se disfrazaron de conejos y cazadores, jugando a ser capturados con flechas de pintura. Luego a alguien se le ocurrió añadir más disfraces a la mezcla, y eventualmente se convirtió en una pequeña pasarela de disfraces, y eventualmente en lo que era hoy: presas y depredadores, con una pizca de juego picante.
Las flechas habían desaparecido, siendo reemplazadas con las flores, y los papeles se habían invertido.
Ya no eran los depredadores los que cazaban a las presas... Era ver cuántos depredadores –siendo tradicionalmente los hombres– eran "capturados" por las presas, siendo éstas las mujeres.
¿Y cómo se demostraba tal captura?
Las flores rojas pertenecían a los hombres, y las azules a las mujeres. Cuando alguno quería demostrar interés en alguien en particular, tenía que entregar la flor a dicha persona, la cual estaba puesta en un listón y a su vez ahí estaba puesto el nombre de la persona que ocultaba su identidad bajo las máscaras de sus disfraces.
Al final, quien tenía más flores de cada grupo, ganaba bastante popularidad de esa manera, aunque claro era más común que las mujeres obtuvieran en general más flores que los hombres, pero el resultado era el mismo.
Raymond me extendió mi máscara: una bella pieza negra que cubría mi frente, mejillas y nariz, solo dejando mi boca visible con su rojo intenso. Me la puse antes de salir del carruaje, después de mis dos hermanos que me ofrecieron sus manos a cada lado como los perfectos caballeros que eran.
Apenas bajé, me di cuenta que todos los ojos cercanos se dispararon a nosotros.
Aunque se suponía que las máscaras debían dar anonimato, nosotros como trío éramos fáciles de identificar. Y debíamos estar dando un muy buen espectáculo para aquellos que presenciaron nuestra llegada, pues no solo éramos un distintivo contraste de blanco y negro... Sino que por lo que estaba viendo, yo era la única mujer que iba vestida como un depredador y no una presa.