Fuimos al herrero después de las compras para solicitar ciertos adornos extras para nuestros disfraces y luego a comer algunos dulces y tentempies al lado del río, platicando de varios chismes de nuestros grupos sociales con animosidad.
Ray intentó sacarme el secreto que estaba guardando un par de veces, pero no cedí al secretismo y al final terminó rindiendose, aunque estuvo molestándome igual sobre que quizás por fin me había llamado alguien la atención, así como a él.
Era una afirmación muy atrevida de su parte, pero solo lo rechacé diciéndole que solo se estaba proyectando. Claro... No sabía que tenía razón y no lo sabría en un futuro cercano, pero era fácil negarlo. No había demostrado interés en nadie antes, así que tampoco presionó el asunto.
Al volver a casa, el sol ya estaba pasando el medio día. Aún era temprano para hacer más planes, pero no hubo tiempo para nada de eso al llegar.
Al estacionar el automóvil en el patio de la casa, descubrimos que había otros dos esperando a la entrada. No estaban los conductores al volante, lo que significaba que los invitados se quedarían un largo rato. Volteé a ver a Raymond confundida, pero él solo se encogió de hombros. Tampoco sabía nada de visitas.
Bajamos cargando nuestros bolsos de compras, siendo recibidos por el mayordomo.
—Milord, milady, bienvenidos de vuelta. Como pueden ver, llegaron visitas inesperadas. Vienen a buscarlos a ustedes, concretamente.
Elevé una ceja. No había invitado a nadie.
—¿Y quienes son?
—Lord Sergei y su hermana, Lady Macbeth. —Todo mi cuerpo se tensó ante la mención de ese nombre. ¿Qué estaban haciendo ahí?
Sergei... No era un mal tipo, supongo. Nunca se había propasado conmigo, ni me había forzado a nada... Pero algo tenía que me perturbaba un poco.
Desde que nos habíamos conocido, sus ojos nunca habían abandonado mi figura. Me seguían a todas partes, intentaba acercarse a mí sin nunca haberle dado entrada. Cualquier otra chica se volvería loca de emoción ante esa atención, pero yo no. Algo en él simplemente no me gustaba, aunque no podía ponerle el dedo a qué era.
Sentí la mano de Ray en mi espalda dándome el apoyo que sin saber necesitaba.
—¿Y qué es lo que quieren, no dijeron nada?
—Mmm, solo que querían solicitarles algo, pero no dieron más explicaciones.
Un escalofrío me pasó por la espalda. Tenía una ligera sospecha de qué es lo que quería, pero no me agradaba la idea de estar muy cerca de él.
—Los veré en un momento. Acompañaré primero a mi hermana a su habitación. Empezó a sentirse mal en el camino. Quizás algo que comimos fuera le hizo daño. —Adoraba a mi querido hermano. Sabía que no me gustaba interactuar mucho con Sergei.
—Por supuesto, milord. Los esperan en la sala de visitas.
En vez de entrar por la puerta principal, nos giramos por un costado de la casa. Otro escalofrío me recorrió pensando en su inquietante mirada que siempre me seguía.
—¿Qué crees que quiera? —Preguntó Ray, elevando una ceja en dirección de la casa. —Y vinieron cuando mamá y papá no están.
—Seguramente invitarme al baile. —Dije encogiéndome de hombros, intentando retirar los malos pensamientos de mi voz y cabeza. —Después de todo, ya casi cumplo los 21, pero no debería hacer eso. Aún tengo que venir en familia.
Ray me vio con el mismo gesto. Aunque sabía que me incomodaba Sergei y me protegía por eso, creo que nunca entendió del todo mi completo rechazo al joven lord.
—Pero solo es una fiesta, y de todas maneras estaríamos ahí contigo. ¿Por qué no vas? Sabes que papá está considerando ya en comprometerte con él...
—Simplemente no quiero y ya. —Dije con irritación, sabiendo que mis razones no eran tan buenas, pero mi voluntad sí.
Ray solo suspiró, pero ya no presionó el asunto.
Mientras avanzábamos hacia la puerta trasera, escuché algo que me hizo detenerme a mitad del camino. Volteé a mi izquierda, donde estaba el patio de los soldados y dónde aún se encontraba encadenado aquel esclavo.
—¿Qué es eso?
Ray me vio extraño, volteando a ver a la dirección donde veía.
—¿Qué?
El sonido volvió a escucharse y está vez concentrada en identificarlo supe qué era.
Más latigazos.
La ira entonces reemplazó mi miedo cuando mis ojos por fin lograron ver y enfocarse hacia el patio, olvidando todo el tema de Sergei con rapidez al ver y escuchar un tercer latigazo que esta vez no levantó sudor, sino sangre.
—¿Qué demonios? —Sin pensarlo dos veces, me desvié del camino para ir a ver lo que estaba sucediendo a pesar de las advertencias de Ray.
Mis pies me llevaron seguros y firmes frente a lo que estaba sucediendo, viendo que el capitán de guardias –aquel hombretón gordo del otro día– estaba descargando su ira furiosamente en el esclavo. Pero esta vez no estaba usando un látigo normal y corriente como antes... Ahora usaba uno con picos de metal en toda su longitud.
A pesar de que nuestra familia se dedicaba al entrenamiento de los sirvientes antes de su venta, ese tipo de látigo estaba explícitamente prohibido tanto por ley como por moral dentro de nuestra casa.
—¡¡Veo que si puedes sangrar, maldita bestia!! —Gritaba agitadamente el asqueroso humano, descargando otro latigazo al taur.
—¡¡ALTO AHÍ!! —Grité con una voz sumamente autoritaria que no sabía que tenía en mí. —¿¡CUÁL ES EL SIGNIFICADO DE ESTO!?
El gordo hombre se detuvo en seco, luciendo sorprendido y asustado a la vez. Seguramente no se había esperado en primer lugar que alguien lo atrapara in fraganti, pero en vez de encontrarse con la señora o señor de la casa, mayor fue su segunda sorpresa cuando notó que la voz no venía de ninguno de los dos, sino de la hija menor.
—¿M-milady Diane? —Parecía bastante confundido.
—Más vale que tenga una buena explicación para la presencia y el uso de ese látigo, capitán. —Dije con el mismo tono enojado y mandón, lo que lo hizo bajar los brazos como si estuviera hablando con un sargento.
—M-milady, no es lo que parece...
—¿Lo que parece? Más vale que tenga una mejor razón que la ley para excusar sus acciones. Este esclavo no ha hecho nada malo desde su llegada, ¿Cuál es su excusa para ser un bruto bárbaro en mi hogar?
Luciendo cansado, sudoroso y por fin demostrando un poco de emoción aparte de su actitud burlona, los ojos dorados del esclavo voltearon a verme. Lo que pude ver fue una ligera sorpresa de verme, o quizás de mi actitud, pero ahora mismo no tuve tiempo de ponerme tímida al pensar en él. Mis ojos estaban fijos en el capitán, que aún estaba tartamudeando una respuesta coherente.
—N-no, milady. Lo que sucede es... Es que... Este esclavo no ha obedecido nuestras ordenes desde que llegó. No ha trabajado, ni se ha sometido... Y...
—¿Y acaso ha atacado a alguien? —Me crucé de brazos, furiosa. —Por que de otra manera, a pesar de su insubordinación, todavía no veo la razón para usar ese látigo. Solo en caso de un ataque o asesinato, se permite usar dicha barbarie para castigo, y ni siquiera se permiten más de cinco.
Mis ojos volvieron a ver la espalda del taur, sintiéndome terrible de ver su piel rasgada y sangrante.
Solo hizo hervir mi sangre aún más, y por primera vez en mi vida, tuve un fuerte impulso de querer matar a alguien.
El capitán se dió cuenta cuando volví mis ojos a él, y lo ví palidecer.
—N-no, pero milady, este esclavo...
—¿Qué? —Le pregunté en un tono helado.
—Antes... Él...
Parecía dudar de su respuesta, pero lo salvó de hablar de más Ray, quien llegó a mi lado un poco faltó de aire. No me había percatado antes, pero había corrido bastante rápido hasta ahí, y había sido un tramo un poco lejano.
—¿Diane? ¿Qué sucede? —Sus ojos viajaron de mi hacia el capitán, hacia su látigo y luego hacia el esclavo que ahora tenía la cabeza agachada. Elevó una ceja, repitiendo mi pregunta inicial hacia el capitán. —¿Cuál es el significado de esto? Esos látigos están prohibidos por ley, y no recuerdo tampoco ningún incidente de violencia de parte de ningún esclavo. ¿Quién demonios se cree que es?
El capitán ya estaba como del color de una hoja de papel. La señorita era una cosa y quizás podría mentir, pero uno de los hijos del señor era otra diferente.
—Y-yo...
—¡Corvet! —Gritó Raymond a su guardia personal, el que siempre nos seguía a todas partes pero al que nunca veíamos por respeto a nuestra privacidad.
—¿Milord? —Dijo apareciendo como si fuera una sombra, con la cabeza agachada.
—Deshazte de este imbécil. Le avisaré a mi padre del abuso de poder del capitán de la guardia para los esclavos. Tenemos que reemplazarlo por otro, de inmediato.
El hombre gordo entonces entró en pánico. Soltó el látigo y se echó a correr, pero era demasiado lento con sus ridículos pies de papa.
—Despójalo y échalo a la calle. No lo mates, pero no dejes que se vaya ileso. —Dijo con desdén Ray, a lo que desapareció de inmediato Corvet.
Aunque la ira aún estaba circulando por mis venas, sentí cierta satisfacción el imaginar que apenas lo alcanzará el guardia, se convertiría en solo una masa deforme de golpes en un momento.
Nadie tocaba a mi esclavo.
—Tú, ¿Cuál es tu nombre? —Le pregunté a un guardia menor que dió un saltito al serle dirigida la palabra.
—K-Karl, milady. —Tartamudeó, lo que me hizo preguntarme si daba tanto miedo enojada.
—Llévalo a que le den atención médica. Y denle algo de comer. —Sin percatarme, mi mirada se suavizó al ver al pobre taur, dejando salir mi estrés al pensar en su aroma. —Por mínimo denle algo de carne.
Sus ojos se pasaron rápidamente por mi mirada, lo que me mandó una sensación de emoción por el cuerpo.
No podía ayudarlo a salir... Pero si podía ayudarle en no hacer su vida miserable. Creo.