—Segundo hermano —llamó Penny, abriendo sus ojos después de lo que pareció una eternidad esperando a que Hugo se durmiera. Ya se había aburrido e impacientado para cuando el olor a café llenó la habitación por segunda vez.
Se volvió para verlo sentado en el sofá, una taza de café en su mano. —¿No vas a dormir?
—¿No estabas dormida? —respondió él, todavía sin mirarla—. Has tenido los ojos cerrados por dos horas ahora.
—Sabes que estaba fingiendo. —chasqueó suavemente la lengua—. No me molestes más.
Esta vez, Hugo giró lentamente su cabeza en su dirección y sonrió. —Sí, lo sé.
—¡Por el amor de Dios, no voy a escaparme! —dijo ella, sentándose energicamente—. Sé que no estoy enferma, pero si no sigo las órdenes del doctor, probablemente terminaré quedándome aquí más tiempo del que debería.
—Es bueno que lo sepas. —Él asintió, complacido—. Pero tenías algo planeado para esta noche, ¿no es así?