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—No hay necesidad de buscar al dueño del taller de bordado. Yo soy el testigo más adecuado —declaró Wei Yichen.
Las rodillas de Wei Qingwan se debilitaron ante las palabras de Wei Yichen, su rostro pálido.
—¿Qué quieres decir con eso, Yichen? —preguntó nerviosamente la Señora Yun.
—Lo que quiero decir es que lo que Ruoruo dijo es verdad. Nuestra hermana menor, de hecho, tuvo un encuentro clandestino con un hombre y por consiguiente se vio envuelta en una disputa. Terminé en la guarida de ladrones al rescatarla —respondió Wei Yichen.
Estas pocas palabras hicieron que la Señora Yun sintiera que su cabeza daba vueltas y su visión se nublara.
—Esto… esto… —la Señora Yun miró a Wei Yichen, luego a Wei Qingwan, incapaz de digerir la realidad.
—Imposible. ¡Wanwan no haría una cosa así! —negó impulsivamente la Señora Yun.
—Lo vi con mis propios ojos y no hay ni un ápice de falsedad. ¿O acaso Madre cree que miento al acusar a mi hermana menor?