La mente de Zhou Siyu se agitó, y giró la cabeza para mirar a Gu Jianbin, sus ojos se iluminaron.
El chico de diecisiete o dieciocho años, vestido con una camisa a cuadros y pantalones grises informales, tenía la piel clara y lucía muy fresco y limpio, irradiando un aire soleado.
Ningún chico de su escuela había emitido jamás tal vibra.
Su corazón latió ferozmente al ver que él la miraba de vuelta, sus mejillas se tiñeron involuntariamente de un ligero rojo.
Pero Gu Jianbin apenas la miró antes de desviar la vista. Chicas como ella había a montones en la escuela y en las calles; nada en ella resaltaba particularmente.
—Tu hijo es realmente guapo, y sus notas son tan buenas, tienes tanta suerte —dijo Zhou Lanfang con un dejo de acidez, sin esperar que alguien como Wang Erfeng, que no era gran cosa a la vista, tuviera un hijo tan fino.
—¡Eso es verdad! Las notas de mi hijo son realmente excelentes, siempre saliendo primero —se jactó Wang Erfeng.
