El posadero, al oír estas palabras y echar un vistazo más de cerca afuera para ver docenas de caballos de guerra que irradiaban un escalofriante aire de crueldad, supo que no eran personas con las que debiera meterse. Así que se levantó apresuradamente de la cama.
Murmuró maldiciones en voz baja, se vistió rápidamente y fue a abrir la puerta.
Tan pronto como desbloqueó la puerta, ésta fue pateada desde afuera.
—¡Ay! —El posadero fue enviado hacia atrás tambaleante. No se atrevió a quejarse. Se levantó rápidamente y se retiró a un lado.
Dos guardias entraron con paso firme, antorcha incendiaria en mano. Miraron alrededor, con los ojos fríos, exigiendo:
—Hagan espacio para nosotros. ¡Necesitamos algunas habitaciones!
El posadero se lamentó impotente:
—Los... todos los huéspedes están durmiendo. De verdad no hay habitaciones disponibles...
Antes de que pudiera terminar su frase, un látigo golpeó su rostro.
La cara del guardia se torció de manera siniestra: