—An Hao, realmente te has sacado la lotería esta vez, ¡teniendo a Gu Shuangshuang que te defienda en este momento! —Guan Kexin se sentía agraviada por dentro.
—¿No tienes suerte tú también? ¡Nunca he visto a alguien incriminar a otros y sentirse tan justificado por ello! —An Hao alzó una ceja hacia ella.
—¿Y qué puedes hacerme entonces? —Guan Kexin infló el pecho, mirando fijamente a An Hao—. ¡Simplemente no te soporto!
Dicho esto, tomó la delantera y empezó a correr.
An Hao la miró de reojo y rápidamente extendió su pie debajo del de Guan Kexin.
Guan Kexin tropezó con el pie de An Hao y de repente perdió su equilibrio, cayendo al suelo inesperadamente.
Hubo un golpe, y Guan Kexin se estampó de cara en el barro.
—¡Ptooey... Ptooey...! —Mientras escupía el barro de su boca, también derramaba lágrimas—. ¡An Hao! ¡Cabrón!