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—Tus dulces palabras hacen sonrojar mi rostro y aceleran mi corazón... —An Hao se arrodilló con una rodilla sobre su muslo, con las miradas entrelazadas en el aire, adheridos...
Una sensación de latido como nunca antes asaltó a Qin Jian y, casi incontrolablemente, rodeó con sus brazos el cuerpo de An Hao y bajó la cabeza para besar apasionadamente sus delicados y rosados labios.
Sus acciones fueron un tanto precipitadas, y también algo bruscas.
En estos días, había notado que su autocontrol iba de mal en peor, casi perdiéndolo ante la perspectiva de su futura esposa.
Se estaba conteniendo, restringiéndose más, para no lastimarla.
—Mmm... —An Hao, abrumada por su ardor, no pudo evitar soltar un suave gemido mientras sus brazos se enrollaban involuntariamente alrededor de su cuello.
El sabor de sus labios era demasiado maravilloso, tierno, fragante y dulce, justo como el algodón de azúcar.