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Las crónicas de Bermont I: La profecía de las fábulas

Maria_Daza
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Synopsis
Bermont, un continente mítico y mágico, queda asolado por la guerra cuando Ordrix, el dios de la oscuridad, invade la capital del reino. Un príncipe exiliado y una aldeana deben unir sus fuerzas para derrotarle con la ayuda del Dios Oso Ursus.
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Chapter 1 - Prólogo: el comienzo de un exilio

Denrick Olhen

Puede que no conozcáis la historia de nuestro legendario reino, pero no importa. Porque con mucho gusto os la narraré. Así tal vez, comprendáis cómo hemos llegado a esta situación.

Todo comenzó en nuestra ciudad, Glorión, capital del reino de Merian.

Era una ciudad de gran belleza, poseía altos y elegantes edificios entre los que se destacaban el palacio y la Torre de Esmeralda, construida durante el reinado del primer rey de Merian en honor a su esposa.

En cuanto a mí, creo que ha llegado el momento en que me presente. Yo soy Denrick, duque y consejero de los monarcas. Mi amada esposa Felicia, era hermana menor de la reina y ambos teníamos la función de asesorar a los reyes a gobernar con sabiduría y cordialidad.

Sin embargo, tenían un terrible problema porque no habían conseguido a través de los años tener hijos. Esto les complicaba la tarea de conseguir un sucesor que siguiera sus pasos. Pero afortunadamente, mi esposa me dio un hermoso hijo al que pusimos por nombre Leyden. Entonces, los monarcas muy satisfechos, tuvieron la idea de que su sobrino fuese la persona que fuese su sucesor en el trono.

Cuando nació, el rey quiso presentarlo ante nuestro pueblo públicamente como su sucesor. Todos se llenaron de regocijo cuando observaron al bebé. Se realizaron magníficas fiestas como corresponde a un heredero: fuegos artificiales, tocaron las campanas. Y la nobleza y el pueblo organizaron bailes y verbenas.

Con el paso de los años, el niño a medida que crecía, recibía una educación esmerada para convertirse en un joven digno de ser el heredero que todos deseábamos.

Pero aquella época de felicidad llegó a su fin.

Una noche, nos despertamos al escuchar el sonido de alarma de los cuernos. Nos alertaba de un peligro inminente. Me asomé a la ventana y comprobé como una nube negra se acercaba ocultando gran parte de las estrellas. Con horror vi como caían unas terribles criaturas sobre calles y tejados de la ciudad provocando fuegos con antorchas encendidas y a golpes con sus fuertes cuerpos, podían derribar puertas y muros. En poco tiempo, el caos, los gritos y la humareda surgían a su paso.

No pudimos reaccionar a tiempo y ellos estaban destruyendo nuestro bello hogar. Tenía que actuar rápido para proteger a mi familia y defender a nuestro pueblo.

Pensé en Leyden. ¡Pobre hijo mío! Me angustié ante la idea de que pudiera perderlo. Tenía que encontrarlo, lo antes posible.

Al salir, los cortesanos corrían en todas direcciones, no sabían dónde dirigirse. Cogí la mano de mi esposa y nos dirigimos a los aposentos del rey. Al llegar a la puerta, para nuestra sorpresa, la guardia personal había desaparecido. Abrimos la puerta y no encontramos a nadie dentro. Leyden tampoco estaba ahí. Mi angustia aumentaba por segundos. Por otro lado, supuse que los hombres se habrían unido en la defensa. Abandonamos el edificio pero al salir nos encontramos con una imagen sobrecogedora.

Ante nosotros, se hallaba un hombre misterioso que se supuse que lideraba a aquellos monstruosos seres invasores, y sostenía en cada mano un cuerpo inerte. Al vernos, los soltó y descubrí que se trataban de los reyes. Cuando levanté la mirada, consternado hacia el asesino, éste nos sentenció:

—Vuestro reino ha acabado, esta ciudad se llamará Monsdoom y será la única capital de nuestro reino.

Sin darme tiempo a reaccionar, arrojó su lanza contra mi amada Felicia dándole de lleno en el corazón. Grité con todas sus fuerzas mientras corría hacia ella.

Felicia se desplomó y la refugié en mis brazos. Observé su rostro reparando en él una palidez enfermiza.

—¡Vamos, mírame amor mío!

Entre sollozos acaricié las mejillas de mi amada Felicia para hacerla reaccionar. Ella movió los ojos hacia mí.

—¡Eso es! —susurré con una ligera sonrisa— ¡Resiste, Felicia! ¡No puedo vivir sin ti!

Con esfuerzo, ella extendió la mano hacia mi mejilla y la acarició suavemente. Esto me arrancó una lágrima que le cayó sobre la frente.

—Denrick... mi amor. Cuida de nuestro hijo... ¡por... favor! te amo.

Nunca olvidé cómo ella, al mover la cara hacia un lado, daba su último suspiro abandonando así este mundo.

Las lágrimas me cegaron los ojos y sentí cómo caían por mis mejillas. Incliné la cabeza a la suya, la besé en los labios. Luego me aferré a mi esposa consumiendo en amargos sollozos. Sentí como el corazón se rompía en mil pedazos, y que mi vida empezaba a desmoronarse por completo. Me estaba destrozando por dentro de mi ser.

Segundos después, la tristeza dio lugar a la furia cuando escuché a mis espaldas las risas cargadas de desprecio y burla del asesino. No sabía qué clase de ser era; pero empecé a odiarle con toda mi fuerza. Me lancé hacia él, pero resultó ser más poderoso que yo. Choqué contra él y en un rebote, caí al suelo.

—¿Quién eres? ¡Cobarde! ¿Quién eres? —le grité con rabia y ofuscado por la ira.

Pero él no respondió, redujo su figura tomando la forma de cuervo, y echó a volar hasta perderse de vista.

Me levanté con mucha dificultad, con la sensación de vivir en una pesadilla. Y entonces, en medio de la devastación, recordé a mi hijo y sentí que debía buscarlo. De modo que, con espada en la mano, recorrí las calles destruidas observando a todos los supervivientes con los que me cruzaba, no supe cuánto tiempo estuve andando hasta que vi un grupo de soldados que organizaban la resistencia y la defensa de los civiles que habían conseguido llegar hasta ellos. Me acerqué y allí estaba, planeando la evacuación. ¡Qué alegría sentía al encontrarle con vida!

Al verme, corrió hacia mí, no sin antes indicar que siguiera con la tarea.

Juntos fuimos a reunirnos con otro grupo del ejército que no lejos de allí, luchaba con valentía y nos unimos a él en aquella lucha desigual contra aquellos monstruosos seres. Éstos, poseían cabeza de perro con cuerpo de hombre que caminaban sobre dos patas caninas. Con sus espadas, parecían invencibles, además de formar un ejército poderoso, nos superaban con creces en número.

Lentamente, tuvimos que retroceder, al tiempo que, las bestias se reían de nuestra desgracia, pero nos dejaron abandonar la ciudad.

También algunos de nuestros civiles habían conseguido salir con vida y no les habían impedido la marcha. Atrás dejamos nuestra ciudad, y todos iniciamos una marcha sin saber a dónde ir.

Puse en conocimiento a Leyden sobre lo ocurrido a su querida madre y a los nobles reyes. Y juré no descansar hasta ver cómo éste pagaba por sus crímenes.

Pero sabía que en el mundo había un espíritu bienhechor que nos daría fuerzas para salir de la desgracia en la que ahora nos encontrábamos.