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Chapter 3 - Capítulo II: La reunión

Rurk Narris

Mis compañeros y yo aún seguíamos en la plaza después de que ellas desaparecieran. Entre quejidos, di saltos a la pata coja sujetando con las manos la pierna donde la estúpida de Ariela me había golpeado. Ellos me rodearon y rodeándome con un brazo la cintura, me llevaron al borde de una fuente.

Aquella agresión era un golpe bajo y tanto Ariela como su hermana lo iban a pagar muy, pero que muy caro.

Sentado allí, me llevé la pierna lesionada y continué con la caricia, a los pocos segundos empecé a sentir un alivio que aumentaba con cada masaje. Solté un suspiro al tiempo que reposaba el pie en el suelo.

—¿Estás mejor? —escuché la voz de uno de ellos, volví la mirada a él.

Mi amigo tenía la piel oscura y lucía unos cabellos negros bien peinados. Me observaba con expresión preocupada, y yo con agradecimiento le asentí con la cabeza.

—Si, estoy mucho mejor. Gracias, Delon.

Los chicos sentados a mi alrededor decidieron separar a escasos centímetros para darme un poco de espacio. Les agradecí en silencio por aquel detalle.

Al cabo de unos segundos, sentí unos pasos firmes, refinados y nítidos que iban en nuestra dirección. Con el ceño fruncido levanté la cabeza hacia la persona recién llegada.

Era Mina, la ama de llaves de la familia. Mi padre, que era el jefe de la aldea, la contrató cuando yo era muy pequeño, y desde entonces disfrutaba tanto hacerme la vida imposible. Me quitaba mis juguetes favoritos, exigía demasiado de mí en los estudios, me imponía sus normas… Aquella mujer no era más que una bruja tirana y amargada, que incluso con sus patéticas gafas de montura fina la hacía quedar ridícula.

—¿Dónde estabas? —arrugó su nariz chata y su mirada de despreció se clavó en mis amigos como dos cuchillas— Otra vez de gamberradas con los chavales ¿verdad?

La rabia hizo que las manos que tenía aferradas al borde de la fuente, apretaran con más fuerza.

—¿Qué quieres? —le solté con un tono agrio. No soportaba darle explicaciones a esa arpía.

Mina se escandalizó llevando su mano en la frente, parecía una patética teatrera en un pésimo espectáculo.

—¿¡No lo recuerdas!? ¡Hoy tenías que estar en casa para una reunión de tu padre!

Sus chillidos eran tan agudos e insoportables como los de una rata entallada. Aquello me sacaba de quicio. Si no hubiera sido yo una persona fuerte y con autocontrol, la habría arrojado tirándola de los pelos a una sala llena de fieras hambrientas.

—Tranquilo, Rurk. Nos veremos más tarde.

Una mano amigable me hizo reducir el temperamento, levanté la vista hacia Gamish. Éste me dedicó una mirada comprensiva en sus ojos rasgados.

—Gracias.

Me puse en pie y me dirigí hacia la odiosa Mina.

—¡Hasta luego, chicos!

Emprendimos en camino de regreso a casa. Habíamos llegado a una calle muy concurrida, ya que aún había mucho mercado y la clientela permanecía pegada en los puestos como la luz atraen a las polillas. Incluso pude distinguir como algunos entraban en tropel a las tabernas seguramente a pasar el tiempo con sus amigos.

—¡Mis buenos amigos! —pensé con cierta añoranza. Tenía que seguir en su compañía, pero esa odiosa Mina siempre lo estropeaba todo. Si no hubiera sido por ella, ahora mismo estaría con ellos bebiendo cerveza en alguno de esos locales. Sin embargo, a merced de esa mujer, no tuve más remedio que resignarme a seguir su pasos.

El suave aroma a especias que se propagaba por el mercado, apenas me distraía de mi espantosa realidad.

Después de unos minutos, giramos a nuestra derecha. Allí se hallaba prácticamente desierta, pero los edificios estaban en excelente estado: sin grietas... sin manchas... sin voces... así era improbable que ocurriera nada conflictivo.

Nada más llegar, nos detuvimos en seco. Ella miró hacia atrás como si se asegurara que ellos no estuvieran presentes. ¡Lo que me faltaba! ¡Otra vez me iba a soltar otro discurso, como siempre!

Me giró la cara obligándome a mirarle a los ojos.

—A partir de ahora, no volverás a ver a esos jóvenes. —me sentenció con una actitud autoritaria.

Solté un sonoro resoplido. Ella se creía la máxima autoridad en mi casa para someterme a sus absurdas normas.

—¡Vamos a poner las cosas claras! ¡No eres mi madre como para decirme lo que tengo que hacer, no soy un crío! —intenté que mi voz sonara lo más duro posible, quería demostrarle a esa mujer quien mandaba de los dos.

Ella levantó la mano como un monstruo feroz que ataca a su presa, y me golpeó en la cara con un sonoro bofetón.

¿Cómo se atrevía a pegarme? ¿a mí? ¿Al heredero de las propiedades de mi padre? Como caballero que yo era, me contuve para no devolverle la bofetada siendo ella una mujer. De lo contrario, la habría golpeado la cara con toda brutalidad.

Antes de que yo pudiera reaccionar, Mina me agarró del brazo izquierdo con fuerza y continuamos el camino a casa. Las uñas eran tan afiladas como las de una bruja que acabaron por clavarme la piel. ¡Cómo me dolían!

Desde mi más tierna infancia, aunque mis hermanas mayores disfrutaban burlándose de mí y me consideraban la oveja negra de la familia, mi madre estuvo todo ese tiempo conmigo. Ella no hizo más que protegerme de sus hijas y guiarme. Aquellas niñatas siempre tenían que llevarse la gloria.

Fue ahí cuando apareció Mina en nuestra casa. Ella y mi madre nunca se llevaron bien, ya que no compartían la misma opinión sobre la forma de educarme. Por un lado, esa bruja la acusaba de malcriarme mientras que mi madre se defendía alegando de que Mina era demasiado estricta conmigo.

La relación tormentosa entre ambas mujeres duró años desde entonces. Mi madre no solo tuvo que seguir lidiando con mis hermanas sino que ahora también se veía obligada a mantener a raya a la nueva ama de llaves. Aquellas tensiones desencadenadas empezaban a debilitar su salud y acabó por fallecer, sin nadie que le acompañara en su lecho excepto yo. En aquel entonces, tenía solo once años.

Por el camino, mis ojos se cruzaron con una enfermería y a través de la ventana, pude distinguir las figuras de mujeres que iban y venían de un lado para otro atendiendo a los heridos.

Aquella imagen me hizo rememorar el momento en que sentí cómo el corazón se me destrozaba al perder a la única persona que me ha querido. En su ausencia, me veía obligado a lidiar en solitario contra la chusma de los miembros de mi familia incluida Mina, la ama de llaves. Esa miserable intrusa asesinó a mi querida madre. Con solo recordarlos me daban ganas de destruirles y hacerles pagar por lo que la hicieron.

Con la mirada puesta hacia el frente y con el ceño fruncido, tiraba de mí arrastrándome del brazo. Esa mujer no había cambiado ni en lo más mínimo. Seguía siendo la misma tirana de siempre.

Tras pasar varios edificios, eché la vista hacia mi lado izquierdo y hallé un amplio cementerio que, franqueado por murallas de piedra grisácea, se extendía a escasos metros más allá del pueblo. Allí era donde enterraron a mi madre.

El funeral se llevó a cabo en una tarde lluviosa al que sólo acudieron muy pocas personas. Yo estuve allí junto a mi padre y la ama de llaves, pero mis hermanas no tuvieron el detalle de asistir. De vez en cuando, desvié la atención hacia mi padre. Su expresión no había cambiado en toda la ceremonia, seguía con su actitud tan despreocupada que no dejaba asomo de tristeza. Deseaba que fuera él quien muriera en vez de mi madre. De ese modo, las cosas habrían sido mucho mejores.

No soportaba recordarlo, sentí que me destrozaba por dentro y escapé un sollozo.

—¡Vamos, deja de lloriquear! —su voz sonó más agrio que de costumbre— ¿Quieres hacer el ridículo ante todo el pueblo con este comportamiento?

Le fulminé con una mirada llena de ira, y con gran esfuerzo me vi obligado a contenerme.

Minutos más tarde, por fin habíamos llegado a mi casa. Ésta consistía en un edificio que tenía tres pisos de altura, grandes ventanas y una puerta tallada con la madera de roble.

En cuanto ella me liberó de sus garras, cruzamos la puerta de la verja tallada de madera de roble. Masajeando el brazo derecho, la seguía con pasos lentos y pesados como un prisionero a punto de ser ejecutado. A escasos metros de distancia, la puerta se abrió para dar paso a mi padre que me recibía con expresión de severidad en el rostro.

Vestía con un atuendo elegante. Su cabello castaño lucía bien recortado y peinado hacia atrás.

—Señor, encontré a su hijo holgazaneando con sus amigotes.

¿¡Amigotes!? ¡Estúpida bruja entrometida…! ¿Quién se había creído que era para hablar de mis amigos de ese modo!

Mi padre inclinó la cabeza con una leve sonrisa.

—Gracias Mina.

Él me clavó sus fríos ojos grises como agujas de hielo.

—¡Y tú, Rurk! ¡Entra en casa ahora mismo y arréglate! Te esperamos en el patio!

—Sí, padre —farfullé malhumorado, odiaba que la gente me humillara y que me tratara como un mocoso.

Después de un baño, me vestí con las mejores galas que pude encontrar para causar una mejor impresión. Quería demostrar que yo era digno de respeto y admiración.

Salí al patio por la puerta trasera. Se trataba de un amplio jardín con forma circular. A lo largo de las paredes se extendían frondosos rosales que desprendían un suave olor a rosas.

En el centro de la estancia, dos hombres me recibían sentados alrededor de una mesa de mármol blanco. Frente a mi padre, había un hombre de piel oscura que lucía con un bigote bien recortado. Llegaba un elegante atuendo con tonalidades oscuras y saturadas. Entre ambos, había un asiento esperando a que yo lo ocupara.

—¡Siéntate, hijo! —me habló mi padre con una voz que sonaba más severa que decepcionado.

A regañadientes, no tuve más remedio que obedecer. Me acerqué a ellos, cogí la silla desocupada en el que me senté sin decir ni una palabra.

—¡Rurk! —Su potente grito de ogro enfadado hizo que me diera un vuelco al corazón. Le miré con los ojos abiertos como platos para encontrarme con la afilada mirada de mi padre— ¡Cuántas veces te he dicho que saludes a nuestro invitado!

—¡De acuerdo! —miré al hombre sentado a mi izquierda y con una sonrisa forzada, le saludé— Hola, buenos días Lord Garmon.

Éste alzó la cabeza con una ligera sonrisa.

—Buenos días.

Lord Garmon era uno de los lores más importantes y respetados de las aldeas de Merian. Mi padre me contó que aquel hombre, formó una alianza con los reyes del reino y lucharon codo con codo en varias ocasiones junto los demás compañeros. Pero se vino abajo con la invasión de las fuerzas oscuras dos meses atrás.

Y ahora me preguntaba el motivo de su visita.

—Disculpad a mi hijo, milord. A veces puede ser un poco insolente pero aprenderá con el tiempo a comportarse.

Se me escapó un levé suspiro. ¡Magnífico! Ahora tengo que dejarle me critique delante de un hombre muy importante.

—¡Oye! ¡No me insultes!

—¡Rurk, Cállate! ¡No me vuelvas a faltar el respeto! —su voz alterada resonó por encima de la mía. Como yo no quería formar un espectáculo, me volví a quedar en silencio.

Lord Garmon desvió la mirada hacia mi padre con una expresión más cordial. Consideré todo un detalle por su parte no tomar en cuenta mi comportamiento. Cogió la jarra de cerveza con una mano, el anillo que llevaba en el dedo resplandecía con reflejos plateados ante la luz del sol.

—Señor Narris, estamos llevando un plan para detener a Ordrix.

¿Ordrix? Aquel nombre me llamó la atención, lo oí mencionar varias veces pero nunca llegué a saber mucho sobre él, y levanté la cabeza con los oídos dispuestos a escuchar al respecto.

—¿En serio? —mi padre levantó las cejas y con la mirada clavada en él, tomó un sorbo de su cerveza— ¿De qué se trata?

Lord Garmon esbozó una sonrisa enigmática.

—Estamos reclutando jóvenes de todas las aldeas, que tengan dieciocho años o más. Necesitamos soldados. ¡Héroes y heroínas que luchen por defender nuestra tierra!

Al volverme a derecha, me sorprendió la forma que tenía mi padre de sonreír. Era como si con ello, pudiera poner fin a sus problemas.

—Y estamos pensando en reclamarle a su hijo, para enviarlo a un lugar donde pueden entrenarlo.

¿¡Qué!? ¿Luchar al lado de un grupo de chusma a quien no conozco? ¿Alejado de mi hogar y sin Ariela? Observé cómo a mi padre se le iluminaba la cara con una sonrisa feliz como una perdiz.

—¡Qué gran noticia, milord! —aplaudía la mano libre sobre el cristal de la cerveza que agarraba con la otra— ¿Y cuándo partirá?

El invitado soltó unas sonoras carcajadas.

—Partirá mañana por la mañana.

¡Cielos! Mi destino estaba decidido. Ambos hombres sonrientes, se levantaron para darse la mano sellando un acuerdo que me arruinaría la vida. Aún sentado, negué repetidas veces la cabeza, de ninguna manera iba a permitir que me amaestren como a un mono como a los demás.

Mi padre se dirigió hacia mí con una sonrisa torcida— ¡Así conseguiré que te conviertas en un hombre de verdad y dejes esa actitud de mocoso insoportable!

No se podía caer más bajo y ofuscado por la ira, me puse en pie— ¡Se acabó! ¡No voy a permitir que me enviéis a ninguna parte!

Le clavé la mirada helada hacia mi padre, sentí que se me hervía la sangre.

—Y tú, padre. No te bastaba con dejar morir a madre ¿no, verdad? —sin poder contener, pegué el puño en la mesa— ¡También llevas tiempo queriendo librarte de mí! ¡Pero no lo vas a conseguir!

Con los labios apretados, mi odioso padre se lanzó sobre mí agarrándome por el cuello de la camisa.

—¡Qué sea... la última vez... ¿eh?... que vuelves a humillarme! ¿¡Está claro!?

En un fuerte empujón, me liberó del agarre. Casi llegaba a caerme de espaldas sobre la silla.

—A partir de ahora, harás lo que se te diga y aprenderás a comportarte como es debido. No saldrás más con tus amigos, no volverás a perseguir a Ariela ni su hermana, ni las harás más daño ¿Entendido?

No dije nada.

—¿¡Entendido!?

No pude más con sus desvaríos y a grandes zancadas, abandoné el patio por la puerta trasera. Durante ese tiempo, pude escuchar la voz del invitado como diciendo "No te disculpes por él". Subí a mi cuarto donde permanecí el resto de la mañana, quería estar solo.