Mientras navegaba a través del bosque espeso, los recuerdos de las últimas semanas pesaban mucho en mi mente. La manada se estaba curando, pero sabía que el viaje estaba lejos de terminar. Mis pensamientos fueron interrumpidos por una repentina e inquietante quietud que envolvía los árboles a mi alrededor, el tipo que hacía gritar a cada instinto para dar la vuelta. Pero no tenía elección; el llamado de las sirenas era demasiado fuerte para resistir.
Empezó hace unos días. Sueños extraños atormentaban mis noches—visiones de una pequeña isla rodeada de niebla, donde voces etéreas susurraban mi nombre. Al principio, los desestimé como remanentes del estrés bajo el que había estado, pero los sueños persistieron, volviéndose más vívidos e imposibles de ignorar. Sabía que tenía que seguir el llamado, incluso si eso significaba dejar la manada atrás por un tiempo.