Pude ver a mis padres esperándome en la puerta desde la distancia.
Nunca había notado que tenía tan buena vista, pero estaba emocionada de verlos. En la escena de ayer, quería abrazarlos y encontrar consuelo en sus brazos, pero Miguel no me dio la oportunidad. Me llevó sin darme la oportunidad de explicárselo a mis padres.
Aceleré el paso y corrí hacia ellos. Los ojos de mi madre estaban llenos de alegría.
Regresé a mi habitación, me transformé en mi forma humana y me cambié de ropa. Mi madre ya me había servido panqueques en la mesa del comedor cuando salí. Había jarabe de arce y jamón rebanado junto a mí. La cocina estaba llena del aroma del café recién hecho. Me sentí abrumada por el ambiente cálido y les di un gran abrazo.
—Cecilia, mi niña, tu padre y yo estamos extremadamente preocupados por ti —dijo mi madre.