Seguí a Miguel hasta la habitación como una marioneta y me senté en la mesa. Miré a Miguel confundida, esperando que él me diera una explicación.
Parecía saber lo que me había sucedido. Algo me había cambiado, me había hecho diferente a mí misma. Tenía la corazonada de que tenía que ver con lo que Miguel había dicho acerca de convertirme en una lican real, pero necesitaba que Miguel me diera la respuesta más precisa.
Miguel se sentó en la mesa y acarició mi cabello suavemente. El toque de un compañero me hizo sentir tranquila y feliz.
Inclinó su cabeza y besó mi frente. Me recosté contra él, aferrada. Toqué sus musculosos brazos. Eran como pequeñas colinas con pulsaciones, fuertes y flexibles.
—¿Estás bien, mi pequeña loba? —preguntó Miguel con dulzura.
Su tono siempre me complacía. Froté mi cabeza contra su palma y pregunté:
—¿Qué pasó antes?
—Algo que debería haber sucedido hace mucho tiempo, pero me lo debes —dijo Miguel mientras me miraba a los ojos.