María Fernández, alias "La Doña", había escuchado incontables canciones a lo largo de su vida. Después de todo, dirigir un restaurante con música en vivo todos los días no era tarea fácil, especialmente cuando la clientela estaba acostumbrada a escuchar música regional. Desde los mariachis * apasionados hasta tríos* que acariciaban las cuerdas con la nostalgia de los boleros* , su restaurante había visto de todo. Claro, de vez en cuando se deslizaba algo de pop moderno, pero la mayoría de sus clientes preferían los clásicos, los que hacían vibrar el alma y recordar mejores tiempos.
Pero lo que experimentaba en ese preciso momento era diferente. Frente a ella estaba Nadir, el joven recién llegado que, a primera vista, parecía uno de esos chicos ricos que frecuentaban la zona solo por capricho, buscando experiencias "auténticas" para llenar sus redes sociales. Sin embargo, María era perspicaz, y al recordar el porqué estaba allí, sabía que este joven no era lo que aparentaba. Había algo en su porte, en su manera de mantenerse erguido, que hablaba de una vida más complicada de lo que dejaba ver su apariencia física.
Entonces, escucha a Nadir cantar.
-Pasaste a mi lado
con gran indiferencia.
Tus ojos ni siquiera
Voltearon hacia mí. –
María, acostumbrada a voces potentes y melodías bien conocidas, se sorprenderá. La canción que el joven interpretaba no era algo que hubiera escuchado antes, y no es que fuera una melodía que requiriera notas imposibles de alcanzar. No, esta canción era otra cosa. Era pura emoción, una mezcla de anhelo y amor que se sentía en cada palabra, en cada acorde que Nadir rasgaba con sus dedos. Era como si la canción misma estuviera envuelta en un aura de nostalgia que la atrapaba.
-Te vi sin que me vieras,
Te hablo sin que me oyeras.
Y toda mi amargura,
Se ahogo dentro de mí. –
No era frecuente que alguien la sorprendiera, y mucho menos la emocionara. Pero allí estaba, sentada en su oficina, sintiendo cómo aquella melodía la transportaba a lugares y tiempos que no sabía que todavía guardaba en su interior.
María, la gran Doña, una mujer que aparentaba 30 años pero que en realidad tenía la edad suficiente para haber visto y vivido de todo, desde propuestas matrimoniales alocadas hasta regalos extravagantes —sí, incluso había habido un político que le construyó un tren-. Pero ni siquiera ese tren ridículamente lujoso podía compararse con lo que sentía al escuchar la canción llenando la habitación.
-Me duele hasta la vida,
Saber que me olvidaste.
Pensar que no desprecio
Merezca, yo, de ti.-
Mientras lo escuchaba, algo en su interior se removió. Era una sensación que había olvidado, una chispa que creía extinguida. Era ese sentimiento que solo una vez pudo sentir y brevemente, de cuando creyó encontrar al amor de su vida.
María había sido pretendida por hombres de todo tipo, cada uno tratando de impresionarla con algo más grande y brillante que el anterior y, sin embargo, nunca había sentido el verdadero significado del amor.
-Y, sin embargo, sigues
Unidos a mi existencia.
Y si vivo cien años,
Cien años, pienso en ti. -
La canción no hablaba de riqueza ni de promesas vacías. Había algo tan genuino en la forma en que Nadir la interpretaba, ni siquiera estaba viendo a Nadir, solo escuchaba la melodía y, sin embargo, la reina del hielo en la que María se había convertido con el tiempo, sentía cómo su armadura se agrietaba un poco. Cada palabra resonaba con un anhelo, con un amor tan sincero que parecía imposible no sentirse tocada por él. Era la clase de amor que no se podía comprar, que no cabía en trenes ni en joyas ni en casas de lujo. Era el tipo de amor que se siente, no el que se exhibe como un trofeo.
...
Nadir
A medida que la canción avanzaba, el ambiente en la oficina cambió. Los ojos de La Doña, que al principio parecían fríos y calculadores, ahora eran más suaves, casi nostálgicos. Sus dedos tamborileaban sobre el escritorio al ritmo de la música, y por un breve momento, Nadir creyó ver un destello de emoción en su mirada. Al terminar la canción, dejó que el último acorde se desvaneciera en el aire, entregando cada palabra como si su vida dependiera de ello, pero con la confianza de alguien que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Porque, vamos, ¿cómo no sabría? Era Nadir, después de todo.
Algo en los ojos de María— un brillo que antes no estaba —le hizo saber que había logrado mucho más que impresionar. Había conmovido.
La Doña se inclinó ligeramente hacia adelante, apagó su puro en el cenicero con un gesto lento y deliberado, y luego me miró directamente a los ojos. No necesitaba decir nada; su expresión lo decía todo. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió sonreír de verdad, aunque fuera solo un poquito.
—Esa fue una interpretación conmovedora, Nadir —dijo finalmente, su voz ahora un poco más suave, aunque aún firme—. Y más importante aún, me parece que tienes mucho potencial.
—Gracias —respondí con sinceridad, agradecido por sus palabras.
Asintió, sus ojos aún evaluandome con ese aire de autoridad que la caracterizaba. —Bien, tu horario será de 12:00 a 7:00. Sin embargo, quiero que te familiarices con el escenario y los instrumentos antes de empezar. Si llegas temprano, puedes practicar antes de que abramos. Eso sí, esas horas no serán remuneradas —añadió con una pequeña sonrisa, claramente midiendo mi reacción—, pero considerando que te doy un espacio para cantar, practicar y acceder a instrumentos de calidad, creo que es un trato más que justo.
Ya estaba sonriendo desde el momento en que mencionó la práctica. ¿Dónde más voy a encontrar un lugar que me permita practicar, cantar y trabajar? Pensé. Además, si consigo aprender a tocar más instrumentos, seguro que mi habilidad de maestro de instrumentos crecerá exponencialmente.
La Doña continuó, volviendo a su tono pragmático: —Vas a empezar como mesero de 12 a 6, después de esa hora te cambiarás a tu uniforme, normalmente los músicos que vienen tienen su propia ropa para el escenario, pero considerando la ropa que traes para esta entrevista —dijo, mirándome de arriba a abajo con una mezcla de diversión y crítica—, estoy bastante seguro de que no tienes un guardarropa formal adecuado para este lugar. No quiero sonar grosera, pero este es un restaurante que recibe a clientes bien acomodados, y la apariencia es crucial. Te proporcionaré un traje para cantar que está en los lockers* de atrás. Ya tienes uno listo. Por ahora, cantarás una hora al día. Una vez que te acostumbres y vea cómo te desenvuelves, consideraré aumentar ese tiempo. Por lo pronto, este es el arreglo. ¿Entendido?
—Sí, Doña —respondí con respeto, manteniendo la serenidad mientras su mirada penetrante seguía evaluándome.
—Bien. Ahora ve con Nando, él te indicará dónde puedes guardar tus cosas y dónde se guardan tus dos uniformes —dijo, volviendo a tomar su periódico como si la conversación hubiera terminado, su atención ya en otra cosa.
Salí de la oficina de La Doña con una mezcla de alivio y orgullo, como si acabaría de salir de un examen difícil y hubiera logrado un sobresaliente. Había pasado la prueba inicial, y eso definitivamente merecía un pequeño baile de victoria... mentalmente, claro. Mientras caminaba hacia donde debía encontrar a Nando, decidí abrir mi sistema para revisar todas esas notificaciones que había estado ignorando mientras cantaba. Porque, seamos honestos, intentar leer y cantar al mismo tiempo podría haber resultado en un desastre .
[¡Felicidades! ha comenzado a cumplir con tu misión principal. Tiene avanzado 1/5000.]
[¡Felicidades! ha aumentado de nivel en canto y guitarra.]
[¡Felicidades! Te has convertido en un Principiante – Nivel 21 en canto. Ahora te has convertido en un artista de la lista C. Sigue así para convertirte en una estrella.]
¿Lista C? Mi mente se detuvo. ¿Eso es bueno, malo o simplemente meh?
-Sistema, ¿a qué te refieres con artista de la lista C? - susurre.
[En este mundo los artistas se dividen en categorías (D, C, B, A y S). Los artistas de rango C son aquellos que han superado el nivel básico y comienzan a ser reconocidos por su talento, aunque todavía tienen un largo camino por recorrer. Con esfuerzo, podrías avanzar rápidamente a la lista B, donde las verdaderas oportunidades comienzan a surgir. ¡Sigue así para convertirte en una estrella, alcanzar la lista A, y, con suerte, llegar a la codiciada lista S, reservada para las leyendas del entretenimiento!]
Bueno, eso fue un golpe a mi ego, aunque no del todo inesperado. "Así que, básicamente, soy un poco mejor que el montón, pero aún no estoy en la cima. Entendido." Esto también significaba que, mientras estuviera en el nivel novato, sería considerado un artista de la lista D.
Bajando las escaleras, me encontré con Nando, parecía quien estar esperándome. Su expresión era de leve curiosidad, pero con esa sonrisa de comprensión que solo un buen amigo puede ofrecer.
— ¿Cómo te fue? —preguntó, con una leve sonrisa.
—Bien, un poco intimidante, pero bastante satisfactorio —respondí, aún sintiendo la energía del encuentro con La Doña.
—Así es con todos. Pero si la impresionaste, es porque vio algo en ti. ¿Cómo será tu turno?
—Las primeras horas como mesero, y después cantante —dije, tratando de no sonar demasiado emocionado, aunque por dentro estaba eufórico.
—Muy bien. Ven, sígueme, te mostraré dónde guardamos las cosas cuando venimos a trabajar. También estarán tus uniformes —dijo, mientras me guiaba por los pasillos del restaurante. —Tu caso es único, normalmente los músicos no son empleados del restaurante. La Doña se encargó de conseguirte un traje para cuando cantes, considerando que no puedes subir al escenario con tu uniforme de mesero ni con los pantalones de mezclilla de tu casa. Aunque tengas un rostro deslumbrante, la vestimenta es importante.
Reí ante su comentario y asentí. —Tienes buenos ojos. Te digo, ya no necesitas ir con el oculista.
Nando me miró de reojo, incrédulo, pero luego se echó a reír. —Vaya, eres demasiado consciente de tu apariencia, ¿eh?
— ¿Qué puedo decir? —respondí. Él solo niega con la cabeza, divertido.
Llegamos a una zona más tranquila, donde estaban los lockers de los empleados. Eran unos veinte armarios, distribuidos de manera uniforme a lo largo de la pared.
Nando se dirigió a uno de la esquina y me mostró un pequeño manojo de llaves. —Esta será la tuya —dijo, entregándome las llaves—. Adentro están tus dos uniformes. Cámbiate primero con el de mesero; Puedes dejar tus cosas personales dentro del armario, eres el único con la llave a si que ten seguridad que estarán bien cuidadas.
Después de cambiarme me encontré en el ajetreo de su nuevo trabajo. Conocí a los demás meseros, a los cocineros y bartenders, todos eran amables y acogedores. El ambiente del restaurante, aunque aún temprano, ya comenzaba a llenarse de energía. Antes de abrir la puerta, empezamos a limpiar el restaurante, pisos y mesas.
A las 12 en punto, me puso su mandil y comenzó a atender a los primeros clientes. La mayoría eran habituales, conocidos por los demás empleados, pero Nadir se destacó con su simpatía natural y su disposición a aprender rápido -aunque tuvo una pequeña ayudita gracias a la habilidad memoria del sistema- en realidad si puso empeño en aprender como funciona el trabajo.
A las 3, los músicos ocasionales comenzaron a tocar. No eran malos, pero el público ya estaba acostumbrado a ellos, así que su música se convirtió en un suave telón de fondo para las conversaciones. Como una banda sonora de la vida cotidiana, agradable, pero sin robarse el protagonismo.
Cuando el reloj marcó las 5:50 de la tarde, fui al baño de los empleados y cambié mi uniforme por el traje que María había mencionado. Me mire al espejo y sonreí. Con el traje, me veía completamente diferente. Me veía como un cantante.
Aunque el restaurante estaba abierto hasta bien entrada la madrugada, especialmente porque también tenía un bar, mis horas de gloria serían de 6 a 7 de la noche. Sabía que no era la hora pico, pero el lugar ya estaba bastante lleno. Mi traje, elegido meticulosamente por La Doña, era perfecto: un conjunto negro que parecía haber sido hecho a la medida.