—Solo te estoy pidiendo una cosa, señor —hablaba Amanda, con una voz muy aniñada. Si alguien que no fuera de su equipo la escuchara, pensaría que era una dulce niña pequeña que no podría hacerle daño a una mosca, y mucho menos torturar a un humano hasta que muriera. —No querría darte el mismo destino que tu amigo que murió ayer. Solo necesito un nombre de ti, es así de simple señor —añadió.
El hombre que estaba sentado en la silla ni siquiera podía moverse, y mucho menos abrir la boca para hablar, pero de cualquier manera, no quería hablar.
Amanda había querido que él se sentara en la silla eléctrica, pero Kace se había opuesto con la idea de que ella podría frustrarse y matarlo.
Amanda tomó el hierro caliente y lo presionó en el pecho del hombre y este gritó de dolor. Sus alaridos de dolor eran tan fuertes que Amanda tuvo que presionar el hierro ardiente en su boca para evitar que gritara aún más fuerte.
Después de eso, ella cargó el cubo caliente de agua y se lo vertió encima.