En cuanto Sarah entró en el monasterio, sintió una sensación de paz que la envolvía. Su tía, la hermana María, la saludó con una cálida sonrisa.
-Sarah, es tan bueno que hayas podido venir a ayudarme este verano-
Sarah siempre había estado cerca de su tía, quien había dejado su vida en la ciudad para dedicarse a una vida de contemplación y servicio. Sarah se sentía fascinada por la atmósfera serena del monasterio y la dedicación de las monjas a su fe.
Su tía la puso a trabajar en los jardines, donde Sarah pasaba sus días cuidando las verduras y hierbas que abastecían la cocina del monasterio. Le encantaba escuchar las historias de las monjas y aprender sobre su estilo de vida.
Un día, mientras Sarah ayudaba en la cocina, notó que una monja anciana, la hermana Clara, estaba luchando por llevar una bandeja pesada. Sarah se apresuró a ayudarla y, mientras trabajaban juntas, la hermana Clara le compartió historias de su propio camino al monasterio.
A medida que pasaban los días, Sarah se encontró atraída por la amabilidad, compasión y sentido de propósito de las monjas. Empezó a darse cuenta de que había más en la vida que sus propias preocupaciones y inquietudes. Sarah sabía que era allí donde debía estar, lástima que el verano dura tan poco y parece que ya era tiempo de que Sarah regresara a casa.
Cuando Sarah empacó sus maletas para dejar el monasterio, sintió una mezcla de emociones. Se sentía triste por decir adiós a su tía y la vida pacífica que había llegado a amar, pero también estaba emocionada de regresar a su vida sola, armada con las lecciones que había aprendido. Su tía, la hermana María, la abrazó con fuerza.
-Sarah, siempre tendrás un hogar aquí. Recuerda la paz y la claridad que has encontrado. Llévalas contigo siempre-
Sarah sonrió, sintiendo una sensación de gratitud.
-Lo haré, tía María. Gracias por todo-
Cuando subió al autobús para regresar a casa, Sarah miró por la ventana, viendo cómo el campo pasaba por delante. Pensó en las experiencias que había tenido, las personas que había conocido y las lecciones que había aprendido. Al llegar a su pequeño apartamento, Sarah fue recibida por su familia con brazos abiertos, sintió una sensación de calma que la invadía. Guardó sus maletas, respiró hondo y comenzó a deshacerse del bagaje emocional que había acumulado antes de su viaje.
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Mientras Sarah desempacaba, notó un camión de mudanza estacionado afuera de la casa de al lado. Observó con curiosidad cómo una joven, de aproximadamente su edad, salía del camión y comenzaba a descargar cajas.
La curiosidad de Sarah se impuso, y decidió salir a presentarse.
-Hola, soy Sarah, bienvenida al pueblo!-
La chica sonrió y extendió su mano.
-Soy Alicia, encantada de conocerte Sarah. Acabo de mudarme desde la ciudad-
Mientras charlaban, Sarah descubrió que Alicia era una artista, buscando una vida más tranquila en los suburbios. Intercambiaron números de teléfono.
Sarah se alegró de tener una nueva vecina y posible amiga. Se dio cuenta de que su verano en el monasterio la había preparado para este momento, enseñándole el valor de la conexión y la comunidad.
Mientras continuaba desempacando, Sarah sintió una sensación de emoción y posibilidad. Sabía que este nuevo capítulo en su vida traería alegrías y desafíos inesperados, pero estaba lista para enfrentarlos con un corazón y mente abiertos.