Afortunadamente Ian ya estaba esperando allí. Tomé el vestido de sus manos y se lo pasé a ella. —Me disculpo por traerte aquí, solo quería darte un regalo. Ella me miró y luego al paquete, pero no hizo ademán de tomarlo.
Suspiré. —Este es el mismo vestido rosa que querías comprar —le dije y sus ojos se agrandaron; luego sus manos se movieron más rápido que un rayo para tomarlo.
Y lo abrió justo ahí. Sus ojos se llenaron de estrellas brillantes y finalmente, sentí que todo este arduo trabajo valió la pena.
—Gracias, muchas gracias, mi señor —me agradeció múltiples veces mientras se ponía el vestido y giraba.
—Bien, deberíamos entrar, antes de que alguien note tu ausencia —señalé y ella trató de controlar su felicidad y asintió. Luego corrió alejándose olvidándose de mi existencia.