—Lo siento, Dami, en esta vida, no podrás obtener ni un centavo de mí —respondió Marianne y me pregunto desde cuándo se volvió tan tacaña.
—Su alteza, su alteza está aquí, solicita unirse al almuerzo —le informó Lina y su rostro se tornó feo.
De una cosa estaba seguro ahora, sus afectos, que ella afirmaba haber tenido por mí durante años, se han desvanecido.
—¿Para qué? —preguntó ella, y yo levanté una ceja, ¿acaso no escuchó a la criada diciendo que era para el almuerzo?
Entré sin esperar más, aunque Ian movió la cabeza para detenerme,
—Ella está tomando un tiempo innecesario —le dije al chico y él suspiró.
—Pídale que... —sus palabras se extinguieron una vez que me vio entrar.
Todo el que estaba charlando alegremente, se calló y se levantó y bajó un poco la cabeza para saludarme.
—Su alteza
—Pensé que también debería estar aquí ya que mis suegros están aquí para la hora de comer —expliqué y ellos sonrieron.