El bocado que había tomado se me quedó atascado en la garganta. No podía ni tragarlo ni escupirlo bajo su mirada expectante. Tomé un pedazo de mango, lo mordisqueé y con una respiración profunda, tragué todo.
Él inclinó la cabeza y mordió uno él mismo y en el siguiente segundo tosió y lo escupió. Me reí al ver su cara.
—¿Cuánta sal le pusiste de todos modos? —finalmente pregunté, pasándole las frutas.
—Bueno, no mucho... Solo dos cucharadas ya que hice dos tortillas —me dijo, pero aunque no tenía idea de cuánto había en ello, estaba seguro de que había añadido mucho más de lo necesario.
—Y también el chile, ¿verdad? —pregunté y él asintió.
—Bueno, solo he cocinado una vez antes pero esa vez Stella añadió las especias —me dijo y solo pude asentir.
Miré fuera de la ventana. Todavía había estrellas brillando en el cielo. Todavía era temprano.
—Si quieres, puedo hacer galletas o un pastel —ofrecí y él negó con la cabeza.