Isabela apretó los puños mientras seguía gritando, pero no había nadie para escucharla, incluso el guardia al que había pagado con su joya no dio testimonio a su favor.
—Un montón de cobardes y tontos —murmuró mientras el médico intentaba cubrir sus heridas.
—¡Déjenme ir, ahora mismo! —gritó a los caballeros, pero ellos no escucharon, pudo deducir por su uniforme que eran los caballeros personales de Casio.
¡Casio! Su enojo aumentó nuevamente cuando recordó lo mal que él la había tratado hace unas horas. ¿Por qué, qué había cambiado, en el pasado él sabía que la tarta no estaba envenenada y sin embargo dio testimonio a su favor, ahora incluso tuvo el coraje de empujarla?
—Nunca voy a olvidar este insulto, lo pagarás más de lo que crees, tonto —prometió mientras recordaba su cara de asgo.