—Sir Edward, ¿por qué no participa también en el concurso? —pregunté y él me miró como si fuera un extranjero a quien veía por primera vez. Voy a ser tu cuñada, ya sabes, ten algo de respeto.
—Le estoy dando una oportunidad de ganar el corazón de su esposa con su valor.
—Me disculpo con mi señora, pero aún no tengo esposa ni prometida —comentó Eduardo con una sonrisa forzada—. Cómo puede ser este pedazo de piedra tan amoroso por dentro.
—Sí, Marianne, aunque su edad para casarse pasó hace tiempo, no está listo para casarse. De lo contrario tendría un hijo de la edad de Oliver —comentó Meredith, y la expresión de Edward se suavizó un poco, esta vez su sonrisa fue mucho más normal.
—Esa es una razón más, debería participar Sir Edward, tal vez una chica se impresione con sus habilidades y se le acerque —o mejor te fijas en Roselia, esa mula terca no estaba dispuesta a ir a la competencia de esgrima —maldije por lo bajo.
—No lo creo...