—Déjala decidir, Ian. Ella ha sufrido mucho —le dije, pero él negó con la cabeza.
—Tú también, su alteza, has sufrido mucho, ambos necesitan consuelo y pueden encontrarlo el uno en el otro —puso una mano en mi hombro y suspiré.
—Ahora, ven, déjame curar todas tus heridas y pon algo de hielo en tu cara, de lo contrario todo el palacio sabrá que tu esposa te ha golpeado —dijo riendo. Caminamos hacia el sofá y él trató mis heridas.
—¿Has tomado todos los pergaminos, vas al palacio, cierto? —pregunté y él negó con la cabeza.
—¿Cómo puedes ser tan irresponsable, no quieres permanecer en tu puesto permanentemente? —pregunté y él negó con la cabeza.
—Estará bien, tengo suficiente experiencia para dar el examen —dijo y suspiré, luego mis ojos cayeron en la caja negra que estaba sobre el sofá.
—¿Qué es esto? —pregunté, ya que conocía esta caja pero no podía creer que la tuviera.
—No lo sé, mi señor, su alteza me la regaló —respondió, luciendo confundido.
